Los hebreos dirigidos por Moisés
se marcharon de Egipto en el siglo XIII a.C. y se asentaron en las Tierras de Canaán, Palestina actual, lugar en donde estaban
asentados los filisteos. Los enfrentamientos empezaron enseguida y los hebreos
se unieron en un reino monárquico, inicialmente bajo el poder de Seúl, luego de
David y finalmente de Salomón 931 A.C., hasta su muerte, para luego dividirse
en dos reinos uno al norte con capital en Samaria y otro Judá , al sur con
capital en Jerusalén.
La primera diáspora se remonta al año 722 A.C. cuando las diez tribus del reino del norte fueron deportadas a Asiria, donde acabaron por ser asimiladas. En 586 A.C. los babilonios asaltaron y saquearon Jerusalén, y el Templo fue destruido e incendiado, deportando a Babilonia los judíos mas destacados de sus sociedad, como intelectuales, banqueros, funcionarios. Fue durante este exilio donde la religión hebrea antigua fue cambiando a la religión judía actual. Por allá, en 521 A.C., los persas somete a los babilonios y el rey Ciro permite el retorno de los judíos a sus tierra natal, 50.000 judíos emprendieron el Primer Retorno a la Tierra de Israel, y iniciaron la reconstrucción del segundo Templo, en el mismo lugar que se encontraba emplazado el anterior.
Durante la dominación romana de Palestina la incomprensión de los romanos hacia el exclusivismo judío desembocó en dos sangrientas rebeliones que fueron aplastadas sin piedad por los romanos. La primera, en el año 70 D.C., vio la destrucción del Templo de Jerusalén a manos de Tito y cómo medio millón de hebreos morían en esta guerra y 100.000 eran reducidos a la esclavitud. Los supervivientes que abandonaron Palestina fueron a engrosar las comunidades de la diáspora.
La segunda rebelión, bajo el emperador Adriano, terminó con una estrepitosa derrota en 135 D.C., tras una guerra larga, cruenta y terrible. Los judíos que no murieron fueron dispersados y enviados a llenar los mercados de esclavos del imperio. Jerusalén se convirtió en una ciudad romana, Aelia Capitolina, a la que no se permitía entrar a los judíos. Mediante decretos imperiales fue prohibida bajo pena de muerte la observancia de las leyes sagradas:
Mas tarde durante el imperio romano, los judíos superaron la hostilidad inicial y consiguieron la plena ciudadanía con el edicto de Caracalla, en 212.
Pero un siglo después,
cuando Constantino se convirtió al cristianismo, dio comienzo la sistemática,
constante y creciente persecución a los judíos. Durante el Concilio de Nicea en
el año 325, el mismo emperador pone fin a la controversia sobre la naturaleza
de Cristo se lo decreta divino y no un simple profeta y continúa sus esfuerzos
para separar al cristianismo del judaísmo declarando que la pascua cristiana no
sería determinada por el pesaj o pascua judía. Declara: “Porque es insoportablemente irrespetuoso
que en la más sagrada fiesta estemos siguiendo las costumbres de los judíos. De
aquí en adelante no tengamos nada en común con esta odiosa gente...”
También en plena Edad Antigua, numerosos santos San Hilario, San Crisóstomo, San Efraín, etc. escriben en contra de los judíos. Algunos apelativos que reciben los semitas de parte de estos santos, nada compasivos por cierto, son: “Pérfidos asesinos de Cristo”, “Raza de víboras” y “compañeros del diablo”
Ya en el siglo IV y las sinagogas eran quemadas por los cristianos, al mejor estilo de las SS nazis. También desde esa época varios países prohíben el contacto con los “malvados” hebreos y el matrimonio entre cristianos y judíos.
En el siglo y las acciones concretas sobre aquellos que tienen el mismo origen que Cristo recrudecen: en algunos lugares se les prohíbe construir nuevos templos, algunos obispos logran expulsarlos de sus ciudades y continúan quemando sinagogas. Otros, igual de exaltados, incitan a las multitudes contra los impíos y éstas atacan los templos. Algunos obispos, más benévolos, simplemente los obligan a convertirse.
En los años posteriores, a través de decretos y disposiciones, a los judíos se les prohíbe: poseer tierras, tener sirvientes, aparecer en público durante las Pascuas, ocupar cualquier cargo público y tener autoridad sobre un cristiano. Algunos obispos les ofrecen la opción: conversión o exilio; o se bautizan o son expulsados del lugar. Otros, un tanto más sádicos, les arrancan los ojos a los judíos que se niegan a ser bautizados. Hacia finales del siglo VI se prohíbe a los cristianos tener amistades judías y consultar médicos de ese mismo origen.
Durante el siglo VIII en muchos lugares el judaísmo es ilegalizado: esto deviene en bautismos forzosos o judíos quemados dentro de sus sinagogas. Por esas épocas San Agobard, arzobispo de Lyon, escribe en sus Epístolas que los judíos nacieron esclavos y que tienen el hábito de robar niños cristianos para vendérselos a los árabes.
A lo largo de años y siglos posteriores la persecución no hace sino empeorar: los judíos son atacados en varios lugares de Francia a causa de la destrucción del Santo Sepulcro de Jerusalén por parte de los musulmanes; en 1012, en Roma, son considerados culpables de un huracán que asoló a la ciudad y en 1081 son obligados a pagar impuestos aún más altos para mantener a la Iglesia. Durante las sucesivas cruzadas, muchos soldados de Cristo asesinan sin piedad a miles de judíos e incendian sus templos. Algunas voces de la Iglesia se levantan contra eso y tratan de calmar los ánimos declarado que los judíos pueden ser tolerados y que la furia cristiana se debe dirigir hacia los musulmanes.
Sin embargo, en las marchas hacia la “Tierra Santa” caen musulmanes y judíos por igual, debido a que los piadosos cristianos perciben a ambos como enemigos de Cristo. En el siglo XII se suma una nueva modalidad: en varios lugares de Inglaterra y Francia: los judíos son acusados de “Asesinatos ritualísticos”, lo que deviene en tortura y muerte de los presuntos asesinos.
En 1215, el cuarto concilio de Letrán obligó a los judíos a usar algún distintivo en su indumentaria que los identificara como tales a simple vista: estrellas o algún sombrero de color estridente. Esta es la primera vez en Europa que los judíos son ordenados a usar un elemento para ser diferenciados del resto de la población por medio de su vestimenta.
El sínodo de Viena 1267 obliga a los judíos a usar sombreros con dos puntas llamados pileteum comutum. El pueblo en general cree firmemente que los judíos, ya varias veces acusados de hijos del demonio y como tales tienen cuernos y que usan tal sombrero para esconderlos.
En los siglos posteriores, concilios diversos y gobernantes varios cierran sinagogas, encierran en ellas a todos sus fieles y las incendian, grupos de judíos son asesinados por muchedumbres callejeras acusados de asesinatos ritualísticos o profanación de hostias, se los conmina abandonar lugares o a atenerse a las consecuencias generalmente, la pena de muerte, algunos nobles ostentan con orgullo motes alusivos al tema como “mata-judíos”, la Inquisición quema el Talmud y se les hace pagar con su vida por las frecuentes pestes que asolaban Europa, ya que los culpaban de ser responsables por envenenar las aguas.
En el siglo XIV la peste negra mata a cientos de miles de habitantes del continente europeo y se habla de una conspiración de dominio mundial por parte de los judíos. Muchas veces, ellos mismos se suicidan al verse cercados, para evitar la tortura seguida de una muerte lenta y dolorosa. Se promulgan diversas bulas que prohíben a los capitanes de navío el transporte de judíos a Tierra Santa y que les impide asistir a la universidad.
Y en esa seguidilla de macabros asuntos de los cuales, se lo podemos asegurar al lector, hemos realizado un resumen más que breve, aparece lo que muchos reconocidos historiadores consideran como un hito dentro del movimiento católico antijudío: la bula Cun nimis absurdum, promulgada apenas dos meses después de la elección. En ella se subrayaba que los asesinos de Cristo, los judíos, eran esclavos por naturaleza y debían ser tratados como tales. Por primera vez, en los Estados Pontificios se les confinaría a un sector determinado, el “ghetto”, que contaría con una sola entrada. Antes de llevarlos al ghetto que les correspondía, fueron obligados a vender sus propiedades a los cristianos a precios verdaderamente irrisorios.
Se les permitió poseer una sola sinagoga en cada ciudad, se les obligó a usar indumentaria distintiva para distinguirlos en este caso, se trató de un gorro amarillo, se les prohibió emprender cualquier actividad comercial, sólo se les permitía emplear el latín para hablar, en ningún caso podían contratar cristianos, no podían ser asistidos por médicos cristianos y no podían ser llamados “señor” ni siquiera por los pordioseros, entre otras órdenes. El ghetto fue instalado en la orilla derecha del Tíber, frecuentemente anegado y, por ello, extremadamente insalubre.
En un sector de unos 460 metros se hacinaban de cuatro a cinco mil personas, generalmente vestidos con harapos. Debido al escaso lugar con que contaban se veían obligados a edificar hacia lo alto y el hecho de que el Tíber estuviera tan cerca, corroyendo las entrañas de las edificaciones, hacía que los derrumbes fueran frecuentes, llevándose muchas vidas humanas. Además, en ese hacinamiento, cualquier principio de incendio se propagaba con asombrosa y peligrosa rapidez y la higiene se hacía sumamente dificultosa, lo que no hacía más que abonar el mito antisemita de que los judíos poseen un desagradable olor.
La bula del papa que nos ocupa tuvo efectos reflejos de manera inmediata: a los pocos días Venecia también tenía su ghetto y lo mismo sucedía en Bologna. En 1559, Pablo IV moría. Sin embargo, su bula había instaurado y legitimado una pauta de conducta que duraría tres siglos.
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