Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una familia
campesina acomodada, la infancia de Juana de Arco transcurrió durante el
sangriento conflicto enmarcado en la guerra de los Cien Años que enfrentó al
delfín Carlos, primogénito de Carlos VI de Francia, con Enrique VI de
Inglaterra por el trono francés, y que provocó la ocupación de buena parte del
norte de Francia por las tropas inglesas y borgoñonas.
A los trece años, Juana de Arco confesó haber visto a san Miguel,
a santa Catalina y a santa Margarita y declaró que sus voces la exhortaban a
llevar una vida devota y piadosa. Unos años más tarde, se sintió llamada por
Dios a una misión que no parecía al alcance de una campesina analfabeta:
dirigir el ejército francés, coronar como rey al delfín en Reims y expulsar a
los ingleses del país.
En 1428 viajó hasta Vaucouleurs con la intención de unirse a las
tropas del príncipe Carlos, pero fue rechazada. A los pocos meses, el asedio de
Orleans por los ingleses agravó la delicada situación francesa y obligó al
delfín a refugiarse en Chinon, localidad a la que acudió Juana, con una escolta
facilitada por Roberto de Baudricourt, para informar a Carlos acerca del
carácter de su misión.
Éste, no sin haberla hecho examinar por varios teólogos, accedió
al fin a confiarle el mando de un ejército de cinco mil hombres, con el que
Juana de Arco consiguió derrotar a los ingleses y levantar el cerco de Orleans,
el 8 de mayo de 1429. A continuación, realizó una serie de campañas victoriosas
que franquearon al delfín el camino hacia Reims y permitieron su coronación
como Carlos VII de Francia el 17 de julio de 1429.
Acabado su cometido, Juana de Arco dejó de oír sus voces
interiores y pidió permiso para volver a casa, pero ante la insistencia de
quienes le pedían que se quedara, continuó combatiendo, primero en el
infructuoso ataque contra París de septiembre de 1429, y luego en el asedio de
Compiègne, donde fue capturada por los borgoñones el 24 de mayo de 1430.
Entregada a los
ingleses, Juana de Arco fue trasladada a Ruán y juzgada por un tribunal
eclesiástico acusada de brujería, con el argumento de que las voces que le
hablaban procedían del diablo, con lo cual se pretendía presentar a Carlos VII
como seguidor de una bruja para desprestigiarlo. Tras un proceso inquisitorial
de tres meses, fue declarada culpable de herejía y hechicería; pese a que ella
había defendido siempre su inocencia, acabó por retractarse de sus
afirmaciones, y ello permitió conmutar la sentencia de muerte inicial por la de
cadena perpetua.
Días más tarde, sin embargo, recusó la abjuración y reafirmó el origen
divino de las voces que oía, por lo que, condenada a la hoguera, fue ejecutada
el 30 de mayo de 1431 en la plaza del mercado viejo de Ruán. Durante unos años,
corrió el rumor de que no había muerto quemada en la hoguera, ya que habría
sido sustituida por otra muchacha, para casarse posteriormente con Roberto des
Armoises. En 1456, Juana de Arco fue rehabilitada solemnemente por el papa
Calixto III, a instancias de Carlos VII, quien promovió la revisión del
proceso. Considerada una mártir y convertida en el símbolo de la unidad
francesa, fue beatificada en 1909 y canonizada en 1920, año en que Francia la
proclamó su patrona.
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