Un ALUD,
también denominado avalancha, es el desplazamiento de una capa de nieve o
de tierra hacia abajo, que puede incorporar parte del sustrato y de la
cobertura vegetal de la pendiente.
Los aludes son ocasionados
por la falta de homogeneidad de la capa de nieve y
por la existencia, entre los límites de capas físicamente diferentes, de un
agente que facilita el deslizamiento de una de ellas sobre otra subyacente.
Ocurre por ejemplo, que la nieve recién caída o acumulada por el viento no llega a soldarse a la superficie de la capa
preexistente.
En otros casos, la lluvia empapa una capa reciente, que se desliza entonces por
su propio peso, si la pendiente lo permite. Las aguas pluviales pueden también
infiltrarse entre dos capas de nieve y obrar entonces como un lubricante que
permite el deslizamiento de la capa superior sobre la inferior. Lo mismo puede
ocurrir si el agua penetra en la nieve y el terreno, haciendo que éste se
vuelva deslizadizo.
Los cambios de temperatura ambiente
también tienen su importancia. En particular, un aumento importante de la
temperatura reduce la cohesión de
la nieve, por eso los aludes son más probables por la tarde que por las
mañanas, sobre todo en aquellas pendientes que han estado expuestas a los rayos
solares durante las horas más calurosas del día.
A veces el brusco
calentamiento por el sol matutino basta para provocar aludes en las pendientes
abruptas orientadas hacia el este. Las condiciones del suelo que
soporta la nieve pueden ser también determinantes: terreno arcilloso y, por consiguiente, deslizante; suelos lisos, húmedos
o helados, vertiente de forma convexa o con excesiva pendiente.
Sean cuales fueren las
circunstancias favorables a un alud, éste puede ser desencadenado por una causa
mínima aunque capaz de vencer la escasa cohesión que retenía la masa de nieve:
un ruido, el desprendimiento de una roca o un bloque de hielo, o el simple paso
de un esquiador por la capa inestable.
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