Un ANAFRE o anafe era un hornillo fabricado en barro o en metal, pensado
para contener las brasas o ascuas que calentaban la olla,
cazuela o sartén que contuviese los alimentos, conservándolos calientes. Una de
sus propiedades era la de ser móvil y transportable.
Morfológicamente es una pieza
parabólica o troncocónica invertida, con dos asas, una base plana, y una
característica abertura lateral, a modo de boca de horno de panadero.
Los anafres
o anafes de cerámica, según el modelo, pueden disponer de una división
horizontal o carecer de ella; caso de tenerla, el espacio superior se llama brasero, sirve de soporte
al recipiente que contenga la comida y tiene perforaciones en el suelo y las
paredes. El espacio o departamento inferior del anafre se llama cenicero.
Es
curioso el fenómeno emigratorio de las palabras. «Anafe» y «albóndiga» emprenden el camino por la costa
africana del Mediterráneo hacia occidente, se asientan en España, son
incorporadas al idioma castellano y, ya cristianizadas, embarcan para América,
cruzan el charco y se desparraman por los valles y cuencas de este continente.
Ellas suben las alturas más bravías, penetran en los bosques más tupidos y las
oímos hoy en la choza más humilde del rincón más apartado, en labios de origen
azteca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario