jueves, 21 de mayo de 2015

ESTIGMAS



Los ESTIGMAS  son señales o marcas que aparecen en el cuerpo de algunas personas, casi siempre devotas cristianas. Estas heridas son similares a las heridas infligidas sobre Jesús durante su crucifixión según la iconografía cristiana tradicional; así, muchos estigmatizados suelen tener marcas en las palmas de las manos, y no en el antebrazo, punto donde se clavaban los clavos a los crucificados.

Las diversas confesiones cristianas consideran que pueden ser de origen sobrenatural, bien un don de Dios o una intervención diabólica, o causadas por el mismo sujeto que las porta, ya sea intencionalmente o por razones de origen psicosomático la persona en cuestión es tan religiosa que su cuerpo espontáneamente desarrolla heridas parecidas a los estigmas, como reacción a sus procesos mentales.

La Iglesia Católica, cuando los considera auténticos y don divino, afirma que son participación de los sufrimientos de Jesús. Reconoce unos doscientos cincuenta casos de santos y beatos que han portado estigmas; estos pueden ser visibles o no, sangrientos o no, permanentes o no. Los estigmas invisibles, según la Iglesia Católica, pueden producir tanto dolor como los visibles.

El tipo de heridas refleja su correspondencia con la Pasión de Jesús a través de las siguientes señales:
Heridas en manos o muñecas, semejantes a las causadas por estacas
Heridas en los pies, semejantes a las causadas por estacas
Heridas en la cabeza, semejantes a las provocadas por la corona de espinas
Heridas en la espalda, semejantes a las de látigo en la Flagelación
Herida en un costado, semejantes a las causadas por lanzas.

Un extraño caso de estigma le sucedió a una joven en México de orígenes brasileños al descubrir una llaga en su muñeca, según su Iglesia, son señales divinas o es posible que también sea una posesión satánica.

A lo largo de la historia se han documentado muchos casos de personas que -sin causa aparente- padecieron estigmas, es decir, heridas estimadas semejantes a las que habría sufrido Jesús de Nazaret durante su pasión. Aunque suele considerarse a San Francisco de Asís como el primer estigmatizado, en realidad el primer caso en la historia sería el de la Beata María de Oignies beguina, caso que pasó prácticamente inadvertido. También destacan otros estigmatizados como Santa Catalina de Siena, la Venerable alemana Teresa Neumann, la laica pasionista Santa Gema Galgani y el santo capuchino Pío de Pietrelcina.

Existen hechos referidos a las llamadas "estigmatizaciones verdaderas" para los cuales no se encontró una explicación científica:
Mientras que las heridas comunes cicatrizan en personas sin problemas de coagulación de su sangre, las ciencias médicas no logran la curación de los estigmas mediante tratamiento alguno.
A diferencia de las heridas naturales de cierta duración, las de los estigmatizados no emiten olores fétidos. Hubo una sola excepción conocida: la de Santa Rita de Casia (1381-1457), quien habría recibido en su frente una herida causada por una espina arrancada de la corona de Jesús crucificado. Aunque su olor era repulsivo, la herida nunca supuró ni causó ninguna alteración mórbida de los tejidos. En cambio, al morir, el cadáver de Santa Rita emitía una intensa fragancia dulce.
A veces las heridas emitían aromas exquisitos, como en los casos de Juana de la Cruz, priora franciscana del convento de Toledo, y la Beata Lucía Brocadelli de Narni una mística católica italiana, beatificada en 1710.

El caso de la estigmatización de San Francisco de Asís es particularmente destacable, por la cantidad de testigos, unos pocos en vida pero en mayor número luego de su muerte, que corroboraron la veracidad del hecho. En vida, el hermano León (aquel a quien Francisco dedicara su famosa "Bendición a fray León"), fue uno de los que acompañaron a Francisco al monte Alvernia en agosto de 1224 donde, según los escritos de Buenaventura de Fidanza y otros documentos de la época, el «pobre de Asís» recibió los llamados «estigmas de Cristo» para luego escribir en un trozo de pergamino las llamadas Laudes Dei altissimi "Alabanzas al Dios Altísimo". Fray León fue el único testigo de los momentos previos a la estigmatización de San Francisco. Al final de la vida de Francisco, cuando su cuerpecillo era ya un desecho humano, el santo confió el cuidado de su persona a cuatro de los más suyos, que le merecían un amor singular. Uno de ellos fue el hermano León, permitiéndole que le tocara sus llagas cuando le cambiaba las vendas manchadas con su sangre, lo cual era para Fray León un gozoso y a la vez doloroso rito. Francisco, celoso de que nadie se percatara de sus estigmas -un privilegio del que se consideraba a sí mismo indigno-, llegó a tener con el hermano León esta delicadeza excepcional: una vez, colocó con amor su mano llagada sobre el corazón del hermano León.

Luego de la muerte de Francisco, fueron numerosos los testigos que vieron sus llagas. Así relató San Buenaventura la verificación de las llagas de Francisco después de su muerte:

"Al emigrar de este mundo, el bienaventurado Francisco dejó impresas en su cuerpo las señales de la pasión de Cristo. Se veían en aquellos dichosos miembros unos clavos de su misma carne, fabricados maravillosamente por el poder divino y tan connaturales a ella, que, si se les presionaba por una parte, al momento sobresalían por la otra, como si fueran nervios duros y de una sola pieza. Apareció también muy visible en su cuerpo la llaga del costado, semejante a la del costado herido del Salvador. El aspecto de los clavos era negro, parecido al hierro; mas la herida del costado era rojiza y formaba, por la contracción de la carne, una especie de círculo, presentándose a la vista como una rosa bellísima. El resto de su cuerpo, que antes, tanto por la enfermedad como por su modo natural de ser, era de color moreno, brillaba ahora con una blancura extraordinaria. Los miembros de su cuerpo se mostraban al tacto tan blandos y flexibles, que parecían haber vuelto a ser tiernos como los de la infancia.

"Tan pronto como se tuvo noticia del tránsito del bienaventurado Padre y se divulgó la fama del milagro de la estigmatización, el pueblo en masa acudió en seguida al lugar para ver con sus propios ojos aquel portento, que disipara toda duda de sus mentes y colmara de gozo sus corazones afectados por el dolor. Muchos ciudadanos de Asís fueron admitidos para contemplar y besar las sagradas llagas.

"Uno de ellos llamado Jerónimo, caballero culto y prudente además de famoso y célebre, como dudase de estas sagradas llagas, siendo incrédulo como Tomás, movió con mucho fervor y audacia los clavos y con sus propias manos tocó las manos, los pies y el costado del Santo en presencia de los hermanos y de otros ciudadanos; y resultó que, a medida que iba palpando aquellas señales auténticas de las llagas de Cristo, amputaba de su corazón y del corazón de todos la más leve herida de duda. Por lo cual desde entonces se convirtió, entre otros, en un testigo cualificado de esta verdad conocida con tanta certeza, y la confirmó bajo juramento poniendo las manos sobre los libros sagrados."

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