En la mitología romana MINERVA es la diosa de la sabiduría, las artes, las técnicas
de la guerra, además de la protectora de Roma y la
patrona de los artesanos. Se corresponde
con Atenea en la mitología griega.
El nombre
«Minerva» probablemente fuera importado de los etruscos, que la llamaban Menrva. Los romanos
habrían confundido fácilmente su nombre extranjero con la palabra latina mens, ‘mente’, dado que
uno de sus aspectos como diosa correspondía no sólo a la guerra sino también al
intelecto y por ello también es llamada hendu.
Minerva
era hija de Júpiter, quien tras haber devorado a Metis, la Prudencia, sintió un gran dolor de
cabeza. Recurrió a Vulcano, quien le abrió la cabeza de un
hachazo, surgiendo de ella Minerva, armada y en unos años que le permitieron
ayudar a su padre en la Gigantomaquia (guerra contra los Gigantes), donde se distinguió por su valentía.
Una de las características
más famosas de la historia de Minerva es su desacuerdo con Neptuno para
dar su nombre a la ciudad de Atenas. Doce grandes dioses, elegidos como
árbitros, decidieron que quien produjera la cosa más útil para la ciudad le
daría su nombre. Neptuno, de un golpe de tridente, hizo que la tierra diese un
caballo y Minerva hizo crecer un olivar, lo que le dio la victoria.
A veces conduce a Ulises en sus viajes, a veces se digna
enseñar a las hijas de Pandora al arte de destacar en los trabajos
que convienen a las mujeres, a representar flores y combates en obras de
tapicería, incluso es ella la que embellece de sus manos el abrigo de Juno. En
una ocasión se enfrentó a Aracne para comprobar cuál de las dos tejía
más rápido. Para demostrarlo, Minerva le propuso una labor: una tela magnífica.
Cuando Minerva vio la superioridad de Aracne, fue víctima de tantos celos que
decidió convertirla en una araña (según cuenta Ovidio en Las
metamorfosis), hecho por el que se conoce a Minerva como una
diosa cruel. Esta escena fue representada por Velázquez en su lienzo Las
hilanderas, actualmente en el Museo del
Prado (Madrid).
Finalmente, es Minerva
quien hace construir la nave de los argonautas según su dibujo, y quien coloca en su
proa la madera que habla, cortada en el bosque de Dódona,
la cual dirigía su rumbo, les informaba de los peligros y les indicaba los
medios de evitarlos. Bajo esta metáfora es fácil reconocer el timón de la nave.
Ovidio llamaba a Minerva la «diosa de las mil
obras». Fue adorada por toda Italia,
aunque sólo en Roma adoptó un carácter belicoso.
Los romanos celebraban sus
fiestas del 19 al 23 de marzo,
durante el día que se llamaba, en plural neutro, Quinquatria, es el quinto
tras los idus de marzo, el decimonoveno, la fiesta
de los artesanos. Una versión menor, las Minusculae Quinquatrus, se
celebraba en los idus de junio, 13 de junio,
por los flautistas, que eran particularmente útiles para la religión. Minerva
era adorada en el monte
Capitolino como parte,
junto con Juno y Júpiter, de la Tríada Capitolina. En la Roma actual puede
visitarse la Piazza della Minerva cerca del Panteón.
En 207 a. C. se constituyó un gremio de poetas y actores para reunirse y
hacer ofrendas
votivas en el templo
de Minerva en el monte
Aventino. Entre sus miembros se contaba Livio Andrónico. El santuario de Minerva en el
Aventino siguió siendo un importante centro para las artes durante la mayor
parte de la República romana media.
En la Vida
de Pericles de Plutarco,
Minerva se aparece a Pericles en un sueño y le ordena un tratamiento
concreto para un ciudadano de Atenas herido. El tratamiento curó al hombre y se
erigió una estatua de latón en honor de la diosa.
En sus
estatuas e imágenes se le da una belleza simple, descuidada, modesta, de
expresión grave e impresionante nobleza, fuerza y majestad. Suele llevar un
casco en la cabeza, una pica en una mano, un escudo en la otra y la égida sobre el
pecho. Generalmente aparece sentada, pero cuando está de pie tiene la actitud
resuelta de una guerrera, de aire meditativo y la mirada fija en altas
concepciones.
Los
animales consagrados a Minerva eran el mochuelo, el dragón y la
hormiga o escarabajo. Se
le dedicaban grandes sacrificios, de forma que en las grandes Panateneas cada
tribu del Ática le dedicaba un buey, cuya carne se distribuía a continuación
entre el pueblo. En ocasiones también la serpiente que se le relaciona con su
astucia y la sutileza de su belleza con la sagacidad que este animal representa.
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