No hay tribu de Sudamérica que no haga remontarse el origen del mundo, lo que
existe en él, y de las instituciones humanas a un personaje o ser venerable
cuyo carácter y funciones no siempre están claramente definidos.
En torno a esos seres sobrenaturales se ha cristalizado
la explicación de los enigmas, pequeños y grandes, que la naturaleza propone al
hombre. Sus aventuras y sus acciones constituyen verdaderos ciclos míticos que
son a la vez cosmogonías, historias naturales y memorias de tribu.
En la larga lista de los Creadores y de los Transformadores
de la mitología sudamericana, los hay de varias clases. Los witotos de Colombia
oriental se hacen una idea metafísica del Creador. Ha nacido de la palabra, es decir, de los
encantamientos y de los mitos con eficacia mágica que preexisten a todas las
cosas. Él es quien ha pasado esas fórmulas a los hombres, confiriendo así a las
ceremonias y ritos una virtud particular. También es una encarnación de la
vegetación, pero, a pesar de su poder, los hombres no se dirigen a él. Para los
tehuelches,
el dios Kóoch
es la deidad creadora primigenia. En cambio para los selknam
más conocidos como onas, Temáukel es el ser supremo en quien viven todos los seres, es
el poder universal, es un ser que siempre fue y será, ya que jamás tuvo
principio y nadie lo formó; y aunque todo en el universo se extinga, él siempre
existirá y no tendrá fin. Similarmente en la mitología yagán,
la deidad Watauinewa
es la deidad principal presente y es un ser intangible, bondadoso y justiciero
que mora en el cielo, lo que ha originado el término "Watauinewa sef"
el cielo de Watauinewa. Aunque no hay consenso si es el creador de todas las
cosas, se le considera el monarca y amo de la creación, y quien proporciona los
alimentos.
Algunas tribus remontan el origen de las cosas a una Madre común.
Los chamacoco
de Paraguay colocan en la cumbre de la jerarquía celeste a la diosa Eschetewuarha, que, siendo
mujer del Gran Espíritu, le dominaba y reinaba sobre el mundo. Ella es la madre
de las aves, las nubes que vierten la lluvia. Para los shipibo
del Ucayali, el mundo y su contenido es obra
de una mujer celeste, sin duda una personificación del Sol.
A veces, la Creación también es obra de un animal mítico:
el escarabajo entre los Lengua, el halcón
entre los okaina, etc.
En muchas ocasiones el Creador se confunde con otro
personaje mitológico, el Transformador o Héroe cultural. Éste se caracteriza
por un gesto inmoderado de las metamorfosis.
La serie de cambios que realiza en el mundo oscurece su papel de creador. Los
mitos le representan bajo los rasgos de un profeta que recorre la tierra para
acabar la obra de la Creación y enseñar a los hombres las artes y los usos
propios de la vida civilizada.
Así a veces, en las diferentes cosmologías de las
culturas nativas de Sudamérica, podemos encontrar ejemplos de un Creador o de
un Gran Antepasado que se
retira a algún universo después de haber cumplido su misión terrestre, a veces
como una especie de genio, bienhechor pero caprichoso, que se demora en la Tierra
creada por él, para cambiar si fisonomía y para iniciar a los hombres en
técnicas y usos que les permitirán subsistir y vivir en sociedad. A tal título,
asume el papel de un héroe civilizador.
Unas veces el Creador, el Antepasado, el Héroe civilizador y el Transformador son un solo personaje idéntico, y otras veces se
reparten los trabajos, y entonces son presentados como los miembros de una
misma familia. Finalmente, a veces el héroe, o los héroes civilizadores son
animales dotados de razón.
Para los tehuelches, el personaje El-lal o Elal
es el héroe creador y civilizador de los pueblos de Patagonia;
caracterizado como un ser fuerte, sabio, benéfico. En Tierra del
Fuego, los selknam mantenían el mito según el cual K'aux,
un antiguo personaje mitológico, fue quién veló por el orden y las buenas
actitudes de los miembros de cada tribu, y quien inculcó todas y cada una de
las leyes a los selknam.
El Héroe civilizador en muchas ocasiones no se concibe
como un ser solitario. Generalmente, lleva a su lado un compañero, el Deceptor, personaje enredador y
estúpido que se opone a él y corrompe todo lo que él crea. La mayor parte de
las tribus sudamericanas conocen las aventuras de dos gemelos que, según los
casos, son verdaderos héroes civilizadores o los hijos y continuadores del
Héroe civilizador. Uno de los mitos más difundidos en América del Sur es el
que, con numerosas variantes, cuenta las aventuras de los dos hijos gemelos del
creador o del héroe civilizador cuya esposa había sido devorada por uno o
varios jaguares, o algún otro monstruo.
Hallados por la Madre de los Jaguares o del monstruo en
el vientre de esta fueron adoptados por el animal. Manifiestan su carácter
sobrenatural en la rapidez de su crecimiento y en su habilidad para todas las
cosas. Un pájaro, o algún otro animal, les revela el crimen del jaguar o animal
devorador. Para vengarse, lo atraen a una trampa y lo exterminan. Se ponen a la
busca de su padre, pero, antes de encontrarlo, pasan diversas aventuras
desagradables que provocan ellos mismos al buscar lucha con los espíritus de la
selva y de las aguas. Uno de los gemelos, el más necio es infaliblemente muerto
y despedazado. Su hermano recoge los pedazos, sopla sobre ellos y lo resucita:
luego se venga del asesino. Sufren igualmente diversas pruebas, como la de
pasar entre dos rocas que se entrechocan. Uno de los hermanos fracasa y perece,
pero el otro, que escapa al peligro, le devuelve la vida. Finalmente, los
gemelos vuelven a hallar a su padre y se quedan junto a él.
Por ejemplo, Viracocha,
el Ser Supremo de los incas, en la medida en que se desprende su personalidad
de mitos mal transcritos y confusos, es a la vez Creador, Héroe civilizador y
Transformador. Se manifiesta en varias creaciones sucesivas, pero, tras haber
poblado la Tierra, abandona su papel de Creador para cambiarse en héroe
civilizador. Da a los hombres leyes a las que les manda que obedezcan. Recorre
los Andes con un misterioso compañero en quien
reconocemos al Deceptor,
opuesto al héroe civilizador. Cuando Viracocha creaba hombres buenos, Taguacipa los hacía malos. Si Viracocha
elevaba montañas, el Deceptor
las transformaba en llanuras y viceversa. Tras de muchas aventuras que explican
las particularidades de la naturaleza, Viracocha, llegado a la orilla del mar,
echó, a modo de embarcación, el manto sobre las aguas, y desapareció en el
horizonte. Así se atuvo al mito de la mayor parte de los héroes civilizadores,
que, una vez cumplida su tarea, parten hacia el Sol poniente para residir en el
país de los muertos. El Creador y Civilizador rara vez es elevado, entre las
tribus sudamericanas, al rango de Gran Dios o de Ser Supremo. Si los incas no
le relegaron a algún lejano empíreo, fue porque se integró en un panteón donde
otros dioses tenían un sitio y un papel bien definidos.
Para los pueblos muiscas,
que se hallaban en el altiplano cundiboyacense, hoy Colombia,
existe el mito de Bochica,
un ser de larga barba blanca, y túnica, que llego del oriente para enseñar a
los indígenas, leyes, normas de convivencia, y habilidades en los tejidos,
agricultura y los metales. Según el Sacerdote Lucas Fernández Piedrahita,
en su célebre texto "Historia general de las Conquistas del Nuevo Reino de
Granada." Capítulo III, describe sobre Bochica : "...solo con
los tres epítetos referidos. Este tal, dicen que tenía la barba muy crecida
hasta la cintura, los cabellos recogidos con una cinta como trenza puesta á la
manera que los antiguos fariseos usaban los filacterias ó coronas con que se
rodeaban las cabezas, trayendo colocados en mitad de la frente los preceptos
del Decálogo. Pues á ese modo, refieren, le usaba, y esa forma en los rodetes
que se ponen los indios en las cabezas, colocan una rosa de plumas, que les cae
sobre las cejas. Andaba este hombre con las plantas desnudas, y traía una
almalafa puesta, cuyas puntas juntaba con un nudo sobre el hombro; de donde
añaden haber tomado el traje, el uso del cabello de una mujer llamada Daniela Macías,
y de andar descalzos.
La aparición de los primeros hombres en la Tierra es tema
de numerosos mitos cuyo asunto central revela dos concepciones opuestas. Según
la primera, los hombres fueron creados por un dios que habría utilizado, a modo
de materia prima,
una sustancia cualquiera arcilla, madera, caña; quizás una posterior forma de mito influenciado por la
tradición cristiana de la creación de Adan. Según la otra, los
primeros hombres habrían venido del cielo o de un mundo subterráneo. Al decir de los mosetenes, Dhoit, su héroe civilizador, modeló a los
primeros hombres. Para los hakairi
habrían sido los gemelos Keri y Kame quienes transformaron las cañas en
hombres. En la mitología chibcha,
el Sol y la Luna formaron al primer
hombre con arcilla, mientras que para la primera mujer utilizaron cañas.
Muchos mitos hablan de fracasos del Creador. El “Héroe
cultural” de los taulipang había modelado a los primeros
hombres con cera,
pero, dándose cuenta de que se fundían al sol, utilizó arcilla que secó al sol.
En cuanto al Civilizador de los chocos, habría tallado a los primeros hombres en madera.
Éstos, a medida que salían de manos del escultor, partían para el otro mundo,
donde estaban llamados a vivir eternamente. Un día, al cortarse un dedo el
héroe cultural en el transcurso de su trabajo, renunció a la madera y modeló a
los hombres en arcilla, privándoles con ello mismo de la inmortalidad.
Las creaciones sucesivas no siempre derivan de una
elección desafortunada de la materia prima. El Creador a veces se veía obligado
a destruir o a metamorfosear a los seres que ha producido, por
crímenes
que cometieron o por conducta indigna. Antes de esculpir en la piedra a los
antecesores de todas las naciones de los hombres, Viracocha,
el gran dios de los incas, ya había formado en la arcilla o tallado en rocas
una humanidad que hubo de aniquilar “porque había transgredido sus preceptos”.
Los chocos hablan también de una raza de hombres que fue aniquilada porque se
entregaba al canibalismo; luego, una segunda generación de
seres humanos que fue metamorfoseada en animales, y, finalmente, una tercera
humanidad que el héroe civilizador modeló en arcilla.
Los mitos de otras tribus hablan, no de la creación de
los hombres, sino de las causas y de las circunstancias de su migración,
estando situado su lugar de origen unas veces bajo tierra, y otras en el cielo.
Un ejemplo de esto es la versión de los indios mundurucu, que se dicen descubiertos por
el compañero del Creador, que, persiguiendo a un tatú,
fue arrastrado por éste al mundo inferior. El Creador hizo al algodonero
para confeccionar una cuerda con sus fibras, que introdujo por el orificio que
daba acceso al país de los hombres. Así pudieron éstos alcanzar la superficie
de la Tierra. La cuerda se rompió antes que todos los hombres pudieran trepar hasta
allí. Un gran número de ellos se quedaron bajo tierra y recibirían todos los
días la visita del Sol.
Los antepasados de los carajás, creían haber emigrado también de
un mundo situado debajo de este. Lo abandonaron a pesar de las exhortaciones de
un jefe que les predijo que en esta tierra habrían de morir, mientras que en su
patria de origen disfrutaban de inmortalidad.
Los miembros de todas las comunidades incas se
consideraban como originarios de una caverna, de una montaña o de un lago. El
lugar de donde habían salido sus antepasados era considerado como sagrado. Sus
mitos están en contradicción con el de la creación por Viracocha. Para
conciliar las dos versiones, se imaginó que Viracocha, tras haber tallado a los
primeros hombres en la piedra, los envió por caminos subterráneos a través del
mundo, haciéndoles luego surgir de las cavernas, de los lagos o de los ríos.
En cuanto a los warrau, del Orinoco,
situaban a sus antepasados en el cielo, de donde habrían bajado a tierra por
medio de una cuerda, para apoderarse de piezas de caza. Los toba del Gran Chaco dicen
que las mujeres vinieron del cielo. Todas las noches, bajaban por una cuerda
para robar los pescados atrapados por los hombres. Un halcón
cortó la cuerda y las mujeres se vieron obligadas a quedarse en tierra en
compañía de los hombres.
Los pueblos de la costa de Perú
contaron a los españoles que los hombres habían nacido de tres huevos, uno de oro, otro de plata y el tercero de cobre. Los caduveos del Gran Chaco se creían
también salidos de huevos incubados por un pájaro gigantesco.
Para muchos aborígenes, los hombres no estarían sometidos
a la muerte si el héroe civilizador o el azar no hubieran dispuesto
otra cosa. En la antigüedad, los onas, fatigados por la vejez, se entregaban al sueño, y, al
despertar, se hacían lavar por Kénos, el héroe civilizador. Vueltos otra vez a la juventud,
empezaban de nuevo su existencia. Fue uno de los Gemelos el que puso fin a esas
renovaciones e hizo definitiva la muerte. Otro ejemplo es la de un gran mago
habría querido hacer inmortales a los chipayas.
Les recomendó que saludaran amistosamente a un extranjero que vendría a
visitarlos. Los chipayas, desgraciadamente para ellos, volvieron la espalda a
un visitante que traía un cesto lleno de carne podrida, habiéndole tomado por
la Muerte, y en cambio acogieron afectuosamente a la Muerte, que tenía
apariencia de un agradable joven.
Los habitantes de la región de Huarochiri Lima, Perú consideraban a la
muerte como un accidente debido a un gesto inconsiderado. Creían que, cuando
moría un hombre, su alma volvía al cabo de cinco días. Por razones no
explicadas, un alma volvió a su cadáver con un día de retraso. La mujer del
muerto, impaciente, le dirigió vivos reproches e incluso le pegó. El alma,
ofuscada, se marchó para siempre y desde entonces la muerte se ha hecho
irremediable.
En varias tribus amazónicas, existe una tradición según
la cual los hombres habrían podido alternativamente morir y resucitar si
hubieran obedecido una orden que se les había dado, o si hubieran entendido
mejor un mensaje que el héroe civilizador o algún otro personaje les había
transmitido. Así, el padre del héroe civilizador, entre los cashinawa, había recomendado que le
escucharan bien cuando, al subir al cielo, gritara: “¡Cambiad, cambiad!”. Su
hijo entendió: “¡Acabad, acabad”, y ese error fue causa de que los hombres no
pudieran renovar su cuerpo como lo hacen las serpientes
y lagartos.
Los sudamericanos fueron conscientes de los efectos de la adquisición del fuego sobre la condición
humana. Según sus antiguas tradiciones, antes de poseer este elemento, los
hombres no valían más que los animales. El fuego nunca es presentado como una
creación. Siempre ha existido, pero era propiedad de un animal más raramente,
de un espíritu que lo vigilaba celosamente y rehusaba compartirlo con los
hombres. Entonces, hizo falta robárselo. Unas veces es el héroe civilizador,
otras veces es un animal auxiliador quien intenta la aventura. Generalmente, el
dueño del Fuego, así como su robador, pertenecen a una especie animal que se
asocia a ese elemento por alguna particularidad física.
Numerosos mitos cuentan el modo en que los hombres han adquirido las
plantas comestibles o plantas cultivadas.
En algunos mitos, los espíritus a veces tienen plantas
útiles cuyo monopolio se reservan hasta el día en que alguien hombre o animal
les roba unos granos. Según cierto número de versiones, el héroe civilizador se
las habría regalado a los hombres: él mismo las habría robado a algún animal o
ser que era su poseedor.
En cambio en algunos otros mitos se establecen una
correspondencia estrecha entre las plantas cultivadas o silvestres que
proporcionan alimento al ser humano. Se trata unas veces de un ser misterioso
que, golpeado, deja caer frutos o tubérculos a su alrededor, otras veces de un hombre o de una
mujer que, muertos y enterrados, se transforman en plantas útiles;
ejemplo de ello es el origen de la planta de Calafate.
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