Francisco
de Goya y Lucientes, Nació el 30 de marzo de 1746 en Fuendetodos,
donde sus padres, que vivían en Zaragoza, estaban de paso. La familia de su
madre, los Lucientes, estaba afincada en ese pueblo y pertenecía a la hidalguía
rural aragonesa. Los Goya, en cambio, de ascendencia vasca, aunque establecidos
en Zaragoza desde mediados del siglo XVII, oscilaban entre las profesiones y
los oficios mecánicos, es decir, entre la burguesía y la clase obrera. Tenían,
desde luego, la posibilidad de solicitar «Vizcaína» prueba de su origen vasco y comparable a la hidalguía para
facilitar los ascensos sociales. El artista mismo, en 1792, empezaría los
trámites al respecto, con el deseo de probar su misma honorabilidad y
garantizar la de su propio hijo. Pero su padre era dorador y ni siquiera podía
usar el distintivo de «Don», aun cuando compartiese el trabajo con frecuencia
con los pintores, que sí podían. El hijo mayor, Tomás, siguió la misma carrera,
y hasta se denominó pintor en algunos documentos. No sorprende, por tanto, que
el segundo hijo, Francisco, también tuviera inclinaciones artísticas y que su
familia las alentase, después de hacerle pasar por las escuelas zaragozanas a
cargo de los padres escolapios y quizás también jesuitas. El primer maestro de
dibujo y pintura que Goya tuvo fue José Luzán Martínez, que enseñaba en su casa
y también en la Academia de Dibujo que se fundó en Zaragoza en 1754, poco antes
de que Goya entrara como alumno suyo a los trece años. Luzán, que había
estudiado con pintores napolitanos, le hizo copiar las estampas mejores que
tenía, hasta saber lo suficiente como para pintar de su propia invención. Ceán
Bermúdez destaca la «Frescura» y «Dulzura» del colorido de Luzán y su buen
gusto en las tintas, pero hay que subrayar también su meticulosidad al perfilar
los contornos de las figuras. Después de tres años de estudios con este
maestro, Goya solicitó una pensión de la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando de Madrid, en diciembre de 1763, a los diecisiete años. Parece que se
había hecho alumno de Francisco Bayeu por entonces, recién trasladado este
último a la corte desde Zaragoza. Bayeu era también ex alumno de Luzán, y
estaba, asimismo, relacionado lejanamente con la familia Lucientes, por el casamiento
de unos primos suyos. No tuvo éxito Goya, sin embargo, en aquel concurso ni
tampoco en el de 1766, cuando fue opositor en la primera clase de pintura en la
Academia. En esta última ocasión se premiaron a otros dos ex alumnos aragoneses
de Luzán: Ramón Bayeu, hermano de Francisco, y José Beratón, un poco mayor que
Goya aquél y más joven éste. Aunque se atribuyen cuadros religiosos a Goya,
pintados en la década de 1760, es poco verosímil que se ganara la vida con su
trabajo por aquella época. Emprende un viaje a Italia, probablemente en 1770,
para granjearse más méritos en el estudio del arte y mejorar sus posibilidades.
A juzgar por el cuaderno de apuntes y notas que se ha conservado, hizo el viaje
por tierra, atravesando el sur de Francia y el norte de Italia antes de
quedarse, sobre todo, en Roma. Procuró visitar las más importantes ciudades
italianas, absorbiendo las técnicas pictóricas, analizando las cualidades
estéticas de los grandes pintores del país y aumentando su repertorio de
imágenes clásicas sacadas de las esculturas antiguas. Tomó nota de algunos
trajes de la región y de las máscaras típicas del teatro popular y las
arlequinadas de Roma y Venecia, dejando constancia de su temprano gusto por lo
grotesco y lo satírico. Durante su estancia se anuncia un concurso organizado
por la Academia de Parma, y Goya se apresura a participar, preparándose
cuidadosamente, con estudios y bocetos previos, para pintar un cuadro sobre el
tema de «Aníbal cruzando los Alpes» propuesto para el premio. Los académicos
parmesanos elogian su capacidad para expresar las emociones de los personajes y
admiran la fluidez de sus pinceladas. Pero el colorido poco realista empleado
no les agradaba y concedieron el premio a otro. Goya volvió a Zaragoza poco
después de remitir el lienzo en abril de 1771 y, casi en seguida, en el mes de
octubre, a los veinticinco años, recibe un encargo importante para pintar la
bóveda del coreto en la basílica del Pilar, después de demostrar previamente su
dominio de las técnicas del fresco, adquirido, sin duda, en Italia. A
continuación se le proporcionan nuevos contratos por parte de varios
aristócratas aragoneses para pintar pechinas en las iglesias de Muel y
Remolinos y, después, para lienzos destinados a decorar la capilla del palacio remodelado
del conde de Sobradiel en Zaragoza. En estas últimas obras vuelven a aparecer
motivos ya usados por Goya anteriormente y diseños basados en las composiciones
de otros artistas, sacados de estampas. Así, adaptándose al gusto de los
mecenas, empieza a ganar dinero y ya se le trata de «Don», a diferencia de su
padre. Sin duda, su maestro Francisco Bayeu confía más en su futuro como
pintor, puesto que le permite casarse con su hermana Josefa, un año más joven
que Goya. La boda se celebra en la iglesia de San Martín de Madrid el 25 de
julio de 1773, aunque el joven artista sigue trabajando en Zaragoza por
aquellos años, como consta en los libros de impuestos de esta ciudad. Nace el
primer hijo, Antonio Juan Ramón, el 29 de agosto de 1774 en la capital aragonesa,
pero por desgracia ni éste ni los cinco hijos siguientes nacidos entre 1775 y
1782 sobrevivieron, y tan solo el último, Francisco Javier Pedro, alcanzó la
edad adulta. En 1778 se granjeó el apoyo del secretario de Estado, el conde de
Floridablanca, y del secretario de la Academia de San Fernando, Antonio Ponz,
por grabar al aguafuerte un grupo de retratos ecuestres y otras obras de
Velázquez, pertenecientes a las colecciones reales, iniciando con ello un
proyecto para reproducir, grabándolos, todos los cuadros de aquellas galerías.
El embajador británico, Lord Grantham, entusiasta admirador de Velázquez,
compró cinco ejemplares de estas series y trató de persuadir a Goya sin éxito
para que grabase el autorretrato del genio andaluz, sacado de Las meninas, para ilustrar un
catálogo de las obras velazqueñas que preparaba. La década de 1780, por tanto,
empieza de manera muy prometedora para Goya. En julio de 1780 solicita entrar
en la Real Academia de San Fernando, presentando el lienzo de Cristo crucificado como muestra de su
habilidad, y se le admite como académico de mérito por unanimidad. Aunque a
continuación se le complica la vida al pintar al fresco una bóveda sobre el
tema de la Virgen como reina de los mártires y un grupo de pechinas, que le habían
encargado para la basílica del Pilar en Zaragoza. Entrega los bocetos para la
cúpula el 5 de octubre de 1780, y termina la obra a principios de marzo de
1781. Pero el público quedó poco satisfecho, y los bocetos para las pechinas no
merecieron «La aprobación que se esperaba» por parte de la junta de la fábrica.
El desaire resultó aún mayor cuando la junta insistió en que sometiese sus
revisiones al dictamen de su cuñado Francisco Bayeu, en el momento en que
empezaba a desarrollar un estilo más personal empleando unas pinceladas más
sueltas, inspiradas en las de Velázquez. A pesar del apoyo de sus amigos
zaragozanos, notablemente el de Martín Zapater, se siente deshonrado por lo
ocurrido aunque restablece su reputación casi en seguida en Madrid con el lienzo
que pinta para uno de los altares de la iglesia de San Francisco el Grande: La predicación de san Bernardino de Siena 1781-1783. En
esta época también dibuja muchísimo, recogiendo episodios reales o imaginarios
de la vida de la duquesa, de las calles y las casas andaluzas o madrileñas, a
cuyas escenas añade luego rasgos satíricos o caricaturescos y, después,
comentarios verbales, pies o epígrafes. Basándose en un principio en los dibujos
más caricaturescos o irónicos, prepara la gran serie de aguafuertes satíricos,
que se titularán, al publicarse en febrero de 1799, los Caprichos, mezcla originalísima de temas y técnicas de cultos
ilustrados y populares. En la década de 1790 Goya tiene nuevas posibilidades
en el escalafón de los pintores del rey, a consecuencia de la muerte de sus
cuñados Ramón y Francisco Bayeu. En 1795 solicita aumento de sueldo y el
derecho a emprender los proyectos aún no ejecutados por este último pintor, con
el apoyo de Godoy, al parecer. Pero no le suben el salario hasta 1799, cuando
llega a ser nombrado primer pintor. Son años de intenso trabajo cortesano: los
frescos para San Antonio de la Florida en 1798; retratos de los reyes y la
familia real; retratos también de Godoy y otros encargos suyos. Pinta La maja vestida para este último y no
es inverosímil que hubiera pintado antes La
maja desnuda también para el príncipe de la Paz, aunque no hay pruebas
de ello, y es posible que fuera encargo de otra persona. Pinta, desde luego,
varias alegorías para el palacio de Godoy en los primeros años de la nueva
centuria. La Guerra de la Independencia entre 1808 y 1814 es un momento en que
el arte tiene que ponerse al servicio de la patria. Salieron alegorías
patrióticas del taller de Goya; lo llama Palafox a Zaragoza para representar
las hazañas del primer sitio; y en los últimos meses de la guerra, en 1814,
pide permiso a la Regencia para celebrar los hechos heroicos del 2 y del 3 de
mayo de 1808 en grandes lienzos. Bajo el régimen de José I había retratado a
oficiales franceses y ministros y le dan la orden de España, por mal nombre «La
berenjena». Pero según los testigos de la época no quiso nunca llevar la
insignia, e incluso trató de salir del país. A partir de 1810 empieza a grabar
una larga serie de estampas, que no termina por motivos políticos: los llamados
Desastres de la guerra. En
ellas, lo mismo que en El dos de mayo
y Los fusilamientos, destaca el
papel del pueblo y demuestra su solidaridad con él. Su apoyo a la Constitución
de Cádiz y a la causa liberal se refleja en las estampas alegóricas de los Desastres, hechas después de la
guerra, y en muchos dibujos. Muere durante la guerra, en 1812, su esposa
Josefa, y se suele fechar desde entonces la relación del artista con una
pariente de su nuera, Leocadia Zorrilla, de veintitrés años y casada con
Isidoro Weiss. Algunos opinan que Rosario Weiss, nacida en 1814, podría ser
hija del pintor, pero es imposible demostrarlo. Goya necesitaría de compañía,
desde luego, después de la guerra. Su hijo Javier vivía en casa propia; algunos
de sus amigos, como Jovellanos, ya habían muerto y otros eran perseguidos por
afrancesados o encarcelados por liberales. Goya expresa su repugnancia ante el
régimen absolutista de Fernando VII en estampas que no publica y en dibujos con
letreros irónicos que solo ven los amigos. Como pintor del rey, sin embargo,
hace retratos de Fernando VII y su ministro el duque de San Carlos, y sigue
retratando a la nobleza, a la burguesía y a los miembros de su familia. Graba
dos series originales de aguafuertes: la Tauromaquia,
que publica en 1816, y los enigmáticos Disparates,
que deja sin terminar. En 1819, compra una casa de campo, conocida como la
Quinta del Sordo, al otro lado del Manzanares, en una zona elevada con hermosas
vistas, terreno para cultivar y posibilidades de ensanche que aprovecha el
artista septuagenario. Sufre otra grave enfermedad y, cuando recobra la salud,
llena las paredes de las dos salas principales de la Quinta con tremendas
escenas llamadas Pinturas negras,
con temas de tiempo y muerte, destino y maldad humana. Ya piensa en el futuro
de su nieto, Mariano, al que regala cuadros y, en 1823, la Quinta misma. Al
finalizar por entonces, el Trienio Constitucional solicita permiso para ir a tomar
las aguas a Francia, y dos años después, en 1826, pide su jubilación desde el
país vecino. Vive sus últimos años en Burdeos entre exiliados liberales,
acompañado por Leocadia y los dos hijos de ésta, haciendo nuevos proyectos y
creando novedades en sus litografías y miniaturas sobre marfil. Pasa una corta
estancia en París, hace un viaje a Madrid y, al fin, muere en tierra francesa a
los ochenta y dos años, el l6 de abril de 1828, a las dos de la madrugada.
viernes, 7 de junio de 2013
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