Allá por el año de 1930 en Tepoztlán, una señora de nombre Rita, vivía con su esposo. Su marido como todos los señores, trabajaba en el campo y por eso, ella tenía que pararse a las tres de la mañana para prepararle los tacos para su almuerzo.
Su casa se componía de un pequeño cuarto de adobe y la cocina estaba hecha con varas en lugar de muros, y el techo era de tejas.
De la entrada a la casa había un pasillo que llegaba hasta la cocina y no tenía ninguna protección.
En cierta ocasión al estar apurada haciendo las tortillas, pudo darse cuenta que en el pasillo, se encontraba un burro y con insistencia volteaba la cabeza hacia donde ella estaba.
Esta visita del burro se repitió varias veces y ella intrigada tomó una decisión. Puso una olla más grande en la lumbre con agua y esperó al burro.
Al poco rato, oyó las pisadas que se acercaban y con cuidado tomo la olla con agua hirviendo y se paró detrás de la puerta del jacal y cuando lo creyó prudente, con mucha fuerza le lanzó el agua hirviendo hacia la cara del animal.
El burro, que no era tal, sino que era un nahual se dio la media vuelta con rapidez y el agua la recibió en su parte trasera.
El esposo cuando oyó toda la alharaca que su esposa y el pataleo del nahual hicieron, se paró rápidamente para ver que era lo que sucedía. Su esposa le contó todo lo del burro.
El esposo todo enojado le dijo: "Ya se quien es tu burro, pero yo lo voy a encontrar, no es la primera vez que hace esto"
Como al tercer día se supo que don Procopio, quien vivía a dos cuadras de distancia de la casa de Rita no se podía parar, ya que este señor, por sus malas artes, tenía las facultades de convertirse en nahual, algunas veces se les presentaba a trasnochadores en forma de un burro y otras se convertía en cerdo.
Debido a las fuertes quemaduras que tenía en sus partes traseras y porque se le infectaron, como a los quince días don Procopio murió.
Y así, en Tepoztlán hubo un nahual menos.
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