La Guerra de los Treinta
Años fue una guerra
librada en la Europa Central principalmente Alemania
entre los años 1618
y 1648,
en la que intervino la mayoría de las grandes
potencias europeas de la época. Esta guerra marcará el futuro del
conjunto de Europa en los siglos posteriores.
Aunque inicialmente se trató
de un conflicto religioso entre estados partidarios de la reforma y la contrarreforma
dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico,
la intervención paulatina de las distintas potencias europeas gradualmente
convirtió el conflicto en una guerra general por toda Europa, por razones no
necesariamente relacionadas con la religión:
búsqueda de una situación de equilibrio político, alcanzar la hegemonía en el
escenario europeo, enfrentamiento con una potencia rival, etc.
La Guerra de los Treinta Años
llegó a su final con la Paz de
Westfalia y la Paz de los Pirineos y supuso el punto
culminante de la rivalidad entre Francia y los territorios de los Habsburgo el
Imperio español y el Sacro Imperio Romano-Germánico
por la hegemonía en Europa, que conduciría en años posteriores a guerras nuevas
entre ambas potencias.
El mayor impacto de esta
guerra, en la que se usaron mercenarios de forma generalizada, fue la total devastación de
territorios enteros que fueron esquilmados por los ejércitos
necesitados de suministros. Los continuos episodios de hambrunas
y enfermedades diezmaron la población civil
de los estados alemanes, y en menor medida, los de los Países Bajos
e Italia,
además de llevar a la bancarrota a muchas de las potencias implicadas.
Aunque la guerra duró 30 años, los conflictos que la generaron siguieron sin
resolverse durante mucho tiempo.
Durante el curso de la misma,
la población del Sacro Imperio se vio reducida en un 30%.
En Brandeburgo
se llegó al 50%, y en otras regiones incluso a dos tercios. La población
masculina en Alemania se redujo a la mitad. En los Países Checos
la población cayó en un tercio a causa de la guerra, el hambre, las
enfermedades y la expulsión masiva de checoslovacos protestantes.
Solo los ejércitos suecos destruyeron durante la guerra 2.000 castillos,
18.000 villas, y 1.500 pueblos en
Alemania.
La larga serie de conflictos
que forman la guerra pueden dividirse en cuatro etapas diferenciadas:
- La revuelta bohemia.
- La intervención danesa.
- La intervención sueca.
- La intervención francesa.
A mediados del siglo XVI,
la frágil Paz de Augsburgo, un acuerdo firmado por el
emperador Carlos V de Alemania, Carlos I de España y los
príncipes luteranos en 1555,
había confirmado el resultado de la primera Dieta de Espira o Spira y en realidad
había hecho acrecentar con el tiempo los odios entre católicos
y luteranos.
En dicha paz se había establecido que:
- Los príncipes alemanes, alrededor de 360 de ellos, podían elegir
la religión luteranismo o catolicismo en sus señoríos de acuerdo con su
conciencia. Era el principio de cuius regio eius religio.
- Los luteranos que viviesen en un estado eclesiástico bajo el
control de un obispo, podían continuar siendo luteranos.
- Los luteranos podían mantener el territorio que habían tomado a la
Iglesia Católica desde la Paz de
Passau 1552.
- Los obispos de la Iglesia Católica que se convirtiesen
al luteranismo tenían que entregar su diócesis.
En los inicios del siglo XVI
se incrementaron las tensiones entre las naciones de Europa. España estaba
interesada en los principados alemanes, debido a que Felipe II hijo de Carlos V era un Habsburgo y
tenía territorios alrededor de la frontera oeste de los estados alemanes: Flandes,
el Franco
Condado. Francia también estaba interesada en los estados alemanes
porque deseaba recuperar la hegemonía a costa del poder de los Habsburgo, como
había tenido durante la Edad Media. Suecia y Dinamarca
estaban interesadas por razones económicas en los estados germánicos del norte
que rodeaban al Mar Báltico.
Durante la segunda mitad del siglo XVI
las tensiones religiosas también se habían hecho más intensas. La paz de
Augsburgo tuvo sus consecuencias a lo largo de la segunda mitad del
siglo XVI, ya que los obispos se negaban a abandonar sus obispados. De hecho,
los términos del tratado de Augsburgo fueron utilizados para un resurgimiento
del poder católico. Las tensiones y resentimientos entre católicos y
protestantes no habían hecho sino crecer desde el tratado, y en muchos lugares
de Alemania
se destruían iglesias protestantes y había limitaciones y obstáculos al culto protestante.
A disminuir estas tensiones no ayudó nada el calvinismo
que se extendía por toda Alemania, lo que añadió otra religión a la región; los
católicos de Europa central los Habsburgo de Austria o los reyes de Polonia
estaban tratando de restaurar el poder del catolicismo.
Los Habsburgo estaban principalmente interesados en extender su
poder, así que estaban a veces dispuestos a transigir y permitir el
protestantismo. A la larga esto hizo mayores aún las tensiones. Rodolfo II,
emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico
y su hermano y sucesor, Matías I, no practicaban una política católica
agresiva, ya que estaban más interesados en incrementar el poder y las
posesiones de los Habsburgo. Eran también muy tolerantes como su abuelo y su
padre, Fernando I y Maximiliano II, lo que permitió que
diferentes religiones se extendieran a su aire y que chocasen entre sí
libremente. Suecia y Dinamarca, que querían controlar los estados alemanes del
Mar Báltico, eran estados de confesión luterana.
Estas tensiones estallaron con violencia en la ciudad
alemana de Donauworth en 1606. La mayoría luterana obstaculizó los intentos de los
residentes católicos de hacer una procesión y provocaron así una revuelta
violenta. Los católicos de la ciudad solicitaron la intervención del duque Maximiliano I de Baviera
en su apoyo.
Una vez hubo cesado la violencia, en Alemania los calvinistas,
cuya religión estaba todavía en su infancia y constituían una minoría, se
sintieron amenazados, y se agruparon en la Liga de la Unión Evangélica también conocida
como Liga Protestante, creada en 1608, bajo el liderazgo de Federico IV, el Príncipe elector del Palatinado.
Este príncipe tenía en su poder el Palatinado de Renania, uno de los estados
que España deseaba para sí a fin de proteger el camino
español. Esto provocó que los católicos también se agrupasen en la Liga Católica, bajo el liderazgo del duque
Maximiliano I.
El emperador del Sacro Imperio y rey de Bohemia,1619, pero habiendo
testado a favor de su primo-hermano, Fernando III de Estiria. Fernando, que al
convertirse en rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio pasó a llamarse Fernando II,
era un católico convencido que había sido educado por los jesuitas
y quería restaurar el catolicismo. Por ello era impopular en Bohemia, la cual
era predominantemente calvinista. El rechazo de Bohemia a Fernando fue el
detonante de la Guerra de los 30 años.
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