Después de una vida agitada y descarriada, a la edad de los treinta años,
Agustín se encontró con el corazón vacío. Azotado por los remordimientos,
cansado de la vida, asqueado de tantas ideologías, pasó sus días amargos,
buscando la luz y la paz.
Una noche no aguantó más su situación y dejando su cama, salió de la casa y
se paseó por la orilla del mar suplicando:
-Potentes olas del mar, denme ustedes toda la paz que necesito-
En el profundo silencio de la noche, a Agustín le pareció recibir una
respuesta:
-Si quieres la paz, búscala arriba-
Agustín levantó la mirada a los montes lejanos y les suplicó:
-Ustedes montañas altísimas, denle paz a mi corazón-
La misma voz le contestó: -Agustín, si quieres la paz búscala más arriba-
Agustín levantó su mirada al cielo lleno de estrellas y les suplicó:
-Astros del cielo, denle ustedes paz a mi vida-
Desde los astros, la misma voz le contestó:
-Agustín, si quieres la verdadera paz búscala más arriba-
Entonces Agustín entendió algo de ese misterio, porque el ser humano es una
hechura de Dios.
Entró en sí mismo y en su propio interior descubrió al mismo Dios, y en
Dios encontró la paz, y desde ese momento se convirtió en San Agustín.
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