Un Agujero negro
u Hoyo negro
es una región finita del espacio en cuyo interior existe una concentración
de masa lo suficientemente elevada para generar un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni
siquiera la luz, puede
escapar de ella. Sin embargo, los agujeros negros pueden ser capaces de emitir
radiación, lo cual fue conjeturado por Stephen
Hawking en los años 1970. La radiación emitida por agujeros negros como Cygnus X-1
no procede sin embargo del propio agujero negro sino de su disco de acreción.
La gravedad de un agujero negro,
o «Curvatura del espacio-tiempo», provoca una singularidad envuelta por una
superficie cerrada, llamada horizonte de sucesos. Esto es previsto por las
ecuaciones de campo de Einstein. El
horizonte de sucesos separa la región del agujero negro del resto del universo
y es la superficie límite del espacio a partir de la cual ninguna partícula
puede salir, incluyendo los fotones. Dicha curvatura es estudiada por la relatividad general, la que
predijo la existencia de los agujeros negros y fue su primer indicio. En los años 70,
Hawking,
Ellis
y Penrose
demostraron varios teoremas importantes sobre la
ocurrencia y geometría de los agujeros negros.
Previamente, en 1963, Roy Kerr había demostrado que en un espacio-tiempo de
cuatro dimensiones todos los agujeros negros debían tener una geometría cuasi-esférica determinada por tres
parámetros: su masa M, su carga eléctrica total e y su momento
angular L.
Se conjetura que en el centro de
la mayoría de las galaxias,
entre ellas la Vía Láctea, hay agujeros negros supermasivos.
La existencia de agujeros negros está apoyada en observaciones astronómicas, en
especial a través de la emisión de rayos X por estrellas binarias y galaxias
activas.
Los agujeros negros proceden de
un proceso de colapso gravitatorio que
fue ampliamente estudiado a mediados de siglo XX por diversos científicos,
particularmente Robert Oppenheimer, Roger
Penrose y Stephen Hawking entre otros. Hawking, en su libro
divulgativo Historia del tiempo: del Big Bang
a los agujeros negros 1988, repasa algunos de los hechos bien
establecidos sobre la formación de agujeros negros.
Dicho proceso comienza
posteriormente a la muerte de una gigante
roja estrella de gran masa, llámese muerte a la extinción total de su
energía. Tras varios miles de millones de años de vida, la fuerza gravitatoria
de dicha estrella
comienza a ejercer fuerza sobre sí misma originando una masa concentrada en un
pequeño volumen, convirtiéndose en una enana
blanca. En este punto dicho proceso puede proseguir hasta el colapso de dicho
astro por la auto atracción gravitatoria que termina por
convertir a esta enana blanca en un agujero negro. Este proceso acaba por
reunir una fuerza de atracción tan fuerte que atrapa hasta la luz en éste.
En palabras más simples, un
agujero negro es el resultado final de la acción de la gravedad extrema llevada
hasta el límite posible. La misma gravedad que mantiene a la estrella estable,
la empieza a comprimir hasta el punto que los átomos comienzan a aplastarse.
Los electrones en órbita se acercan cada vez más al núcleo atómico y acaban
fusionándose con los protones, formando más neutrones mediante el proceso
Por lo que este proceso comportaría la emisión de un número elevado de neutrinos. El
resultado final, una estrella de neutrones. En este punto,
dependiendo de la masa de la estrella, el plasma de neutrones dispara una
reacción en cadena irreversible, la gravedad aumenta enormemente al disminuirse
la distancia que había originalmente entre los átomos. Las partículas de
neutrones implotan, aplastándose más, logrando como resultado un agujero negro,
que es una región del espacio-tiempo limitada por el llamado horizonte de sucesos. Los detalles de qué
sucede con la materia que cae más allá de este horizonte dentro de un agujero
negro no se conocen porque para escalas pequeñas sólo una teoría cuántica de la gravedad podría explicarlos
adecuadamente, pero no existe una formulación completamente consistente con
dicha teoría.
El concepto de un cuerpo tan
denso que ni siquiera la luz puede escapar de él, fue descrito en un artículo
enviado en 1783 a la
Royal
Society por un geólogo inglés llamado John
Michell. Por aquel entonces la teoría de Newton de gravitación y el
concepto de velocidad de escape eran muy conocidas. Michell
calculó que un cuerpo con un radio 500 veces el del Sol y la misma densidad,
tendría, en su superficie, una velocidad de escape igual a la de la luz y sería
invisible. En 1796,
el matemático
francés Pierre-Simo Laplace explicó en las dos
primeras ediciones de su libro Exposition du Systeme
du Monde la misma idea aunque, al ganar terreno la idea de que la luz
era una onda sin masa, en el siglo XIX fue descartada en
ediciones posteriores.
En 1915, Einstein
desarrolló la relatividad general y demostró que
la luz era influida por la interacción gravitatoria. Unos meses
después, Karl Schwarzschild encontró una solución a las ecuaciones de Einstein, donde un cuerpo
pesado absorbería la luz. Se sabe ahora que el radio de Schwarzschild es el radio del
horizonte de sucesos de un agujero negro que no gira, pero esto no era bien
entendido en aquel entonces. El propio Schwarzschild pensó que no era más que
una solución matemática, no física. En 1930, Subrahmanyan Chandrasekhar demostró que
un cuerpo con una masa crítica, ahora conocida como límite de Chandrasekhar y que no emitiese
radiación, colapsaría por su propia gravedad porque no había nada que se
conociera que pudiera frenarla para dicha masa la fuerza de atracción
gravitatoria sería mayor que la proporcionada por el principio de exclusión de Pauli.
Sin embargo, Eddington se opuso a la idea de que la
estrella alcanzaría un tamaño nulo, lo que implicaría una singularidad desnuda
de materia, y que debería haber algo que inevitablemente pusiera freno al
colapso, línea adoptada por la mayoría de los científicos.
En 1939, Robert Oppenheimer predijo que una estrella
masiva podría sufrir un colapso gravitatorio y, por tanto, los agujeros negros
podrían ser formados en la naturaleza. Esta teoría no fue objeto de mucha
atención hasta los años 60 porque, después de la Segunda Guerra Mundial, se tenía más interés
en lo que sucedía a escala atómica.
En 1967, Stephen
Hawking y Roger Penrose probaron que los agujeros negros son
soluciones a las ecuaciones de Einstein y que en determinados casos no se podía
impedir que se crease un agujero negro a partir de un colapso. La idea de
agujero negro tomó fuerza con los avances científicos y experimentales que
llevaron al descubrimiento de los púlsares. Poco
después, en 1969, John Wheeler
acuñó el término "Agujero negro" durante una reunión de cosmólogos en
Nueva York, para designar lo que anteriormente se llamó "Estrella en
colapso gravitatorio completo"
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