Los ESTIGMAS son señales o marcas que aparecen en
el cuerpo de algunas personas, casi siempre devotas cristianas. Estas heridas son similares a las heridas infligidas sobre Jesús
durante su crucifixión según la iconografía cristiana
tradicional; así, muchos estigmatizados suelen tener marcas en las palmas de
las manos, y no en el antebrazo, punto donde se clavaban los clavos a los
crucificados.
Las diversas confesiones
cristianas consideran que pueden ser de origen sobrenatural,
bien un don de Dios o una
intervención diabólica,
o causadas por el mismo sujeto que las porta, ya sea intencionalmente o por
razones de origen psicosomático la persona en cuestión es
tan religiosa que su cuerpo espontáneamente desarrolla heridas parecidas a los
estigmas, como reacción a sus procesos mentales.
La Iglesia Católica, cuando los considera
auténticos y don divino, afirma que son participación de los sufrimientos de
Jesús. Reconoce unos doscientos cincuenta casos de santos y beatos que han
portado estigmas; estos pueden ser visibles o no, sangrientos o no, permanentes
o no. Los estigmas invisibles, según la Iglesia Católica, pueden producir tanto dolor como los
visibles.
El tipo de heridas refleja su
correspondencia con la Pasión de Jesús a
través de las siguientes señales:
Heridas en manos o muñecas, semejantes a las
causadas por estacas
Heridas en los pies, semejantes a las causadas por
estacas
Herida en un costado, semejantes a las causadas por
lanzas.
Un extraño caso de estigma le
sucedió a una joven en México de orígenes brasileños al descubrir una llaga en
su muñeca, según su Iglesia, son señales divinas o es posible que también sea
una posesión satánica.
A lo largo de la historia se han
documentado muchos casos de personas que -sin causa aparente- padecieron
estigmas, es decir, heridas estimadas semejantes a las que habría sufrido Jesús
de Nazaret durante su pasión. Aunque suele considerarse a San Francisco de Asís como el primer
estigmatizado, en realidad el primer caso en la historia sería el de la Beata María de Oignies beguina,
caso que pasó prácticamente inadvertido. También destacan otros estigmatizados
como Santa Catalina de Siena, la Venerable
alemana Teresa Neumann, la laica pasionista Santa Gema Galgani y
el santo capuchino Pío de Pietrelcina.
Existen hechos referidos a las
llamadas "estigmatizaciones verdaderas" para los cuales no se
encontró una explicación científica:
Mientras que las heridas comunes cicatrizan en
personas sin problemas de coagulación de su sangre, las ciencias médicas no
logran la curación de los estigmas mediante tratamiento alguno.
A diferencia de las heridas naturales de cierta
duración, las de los estigmatizados no emiten olores fétidos. Hubo una sola
excepción conocida: la de Santa Rita de Casia (1381-1457), quien
habría recibido en su frente una herida causada por una espina arrancada de la
corona de Jesús crucificado. Aunque su olor era repulsivo, la herida nunca
supuró ni causó ninguna alteración mórbida de los tejidos. En cambio, al morir,
el cadáver de Santa Rita emitía una intensa fragancia dulce.
A veces las heridas emitían aromas exquisitos, como
en los casos de Juana de la Cruz, priora franciscana del
convento de Toledo, y la Beata Lucía Brocadelli de Narni una mística católica
italiana, beatificada en 1710.
El caso de la estigmatización de San Francisco de Asís es
particularmente destacable, por la cantidad de testigos, unos pocos en vida
pero en mayor número luego de su muerte, que corroboraron la veracidad del
hecho. En vida, el hermano León (aquel a quien Francisco dedicara su famosa
"Bendición a fray León"), fue uno de
los que acompañaron a Francisco al monte Alvernia en agosto de 1224 donde,
según los escritos de Buenaventura de Fidanza y otros
documentos de la época, el «pobre de Asís» recibió los llamados «estigmas de
Cristo» para luego escribir en un trozo de pergamino las llamadas Laudes Dei altissimi "Alabanzas
al Dios Altísimo". Fray León fue el único testigo de los momentos
previos a la estigmatización de San Francisco. Al final de la vida de
Francisco, cuando su cuerpecillo era ya un desecho humano, el santo confió el
cuidado de su persona a cuatro de los más suyos, que le merecían un amor
singular. Uno de ellos fue el hermano León, permitiéndole que le tocara sus
llagas cuando le cambiaba las vendas manchadas con su sangre, lo cual era para
Fray León un gozoso y a la vez doloroso rito. Francisco, celoso de que nadie se
percatara de sus estigmas -un privilegio del que se consideraba a sí mismo
indigno-, llegó a tener con el hermano León esta delicadeza excepcional: una
vez, colocó con amor su mano llagada sobre el corazón del hermano León.
Luego de la muerte de Francisco,
fueron numerosos los testigos que vieron sus llagas. Así relató San Buenaventura
la verificación de las llagas de Francisco después de su muerte:
"Al emigrar de este mundo,
el bienaventurado Francisco dejó impresas en su cuerpo las señales de la pasión
de Cristo. Se veían en aquellos dichosos miembros unos clavos de su misma
carne, fabricados maravillosamente por el poder divino y tan connaturales a
ella, que, si se les presionaba por una parte, al momento sobresalían por la
otra, como si fueran nervios duros y de una sola pieza. Apareció también muy
visible en su cuerpo la llaga del costado, semejante a la del costado herido
del Salvador. El aspecto de los clavos era negro, parecido al hierro; mas la
herida del costado era rojiza y formaba, por la contracción de la carne, una
especie de círculo, presentándose a la vista como una rosa bellísima. El resto
de su cuerpo, que antes, tanto por la enfermedad como por su modo natural de
ser, era de color moreno, brillaba ahora con una blancura extraordinaria. Los
miembros de su cuerpo se mostraban al tacto tan blandos y flexibles, que parecían
haber vuelto a ser tiernos como los de la infancia.
"Tan pronto como se tuvo
noticia del tránsito del bienaventurado Padre y se divulgó la fama del milagro
de la estigmatización, el pueblo en masa acudió en seguida al lugar para ver
con sus propios ojos aquel portento, que disipara toda duda de sus mentes y
colmara de gozo sus corazones afectados por el dolor. Muchos ciudadanos de Asís
fueron admitidos para contemplar y besar las sagradas llagas.
"Uno de ellos llamado
Jerónimo, caballero culto y prudente además de famoso y célebre, como dudase de
estas sagradas llagas, siendo incrédulo como Tomás, movió con mucho fervor y
audacia los clavos y con sus propias manos tocó las manos, los pies y el
costado del Santo en presencia de los hermanos y de otros ciudadanos; y resultó
que, a medida que iba palpando aquellas señales auténticas de las llagas de
Cristo, amputaba de su corazón y del corazón de todos la más leve herida de
duda. Por lo cual desde entonces se convirtió, entre otros, en un testigo
cualificado de esta verdad conocida con tanta certeza, y la confirmó bajo
juramento poniendo las manos sobre los libros sagrados."