lunes, 29 de diciembre de 2014

ACUEDUCTO



El ACUEDUCTO es un sistema o conjunto de sistemas de irrigación que permite transportar agua en forma de flujo continuo desde un lugar en el que está accesible en la naturaleza hasta un punto de consumo distante.

Cualquier asentamiento humano, por pequeño que sea, necesita disponer de un sistema de aprovisionamiento de agua que satisfaga sus necesidades vitales. La solución empleada desde antiguo consistía en establecer el poblamiento en las proximidades de un río o manantial, desde donde se acarrea el agua a los puntos de consumo. Otra solución consiste en excavar pozos dentro o fuera de la zona habitada o construir aljibes. Pero cuando el poblamiento alcanza la categoría de auténtica ciudad, se hacen necesarios sistemas de conducción que obtengan el agua en los puntos más adecuados del entorno y la lleven al lugar donde se ha establecido la población.

Incluso cuando la población estaba a orillas de un río, la construcción de conducciones era la mejor forma de garantizar el suministro, en vez de extraer el agua del río que, aunque estuviera muy cerca, generalmente tenía un nivel más bajo que el poblado. En otras ocasiones se hacía el acueducto porque el agua era de mejor calidad que la del río. Para cubrir esta necesidad se emprenden obras de gran envergadura que puedan asegurar un suministro de agua.

Aunque existían precedentes en las civilizaciones antiguas del Próximo Oriente y los ingenieros griegos habían construido conducciones eficientes, los ingenieros romanos, gracias fundamentalmente a su uso del hormigón, fueron los que pusieron a punto técnicas que se pudieron generalizar por todas las ciudades del Mediterráneo. Con todo, los factores técnicos no fueron los únicos que contribuyeron a difundir este tipo de obras, hizo falta también la unidad política del Imperio y la existencia de un sistema económico fuerte que creara las condiciones para el desarrollo urbano.

La mayor parte del recorrido se hacía por canales, en general cubiertos, que se construían por las laderas de los montes, siguiendo la línea de pendiente deseada generalmente pequeña, del orden del 0,004 %, y se situaban cada cierto tiempo cajas de agua o arcas de agua, pequeños depósitos que servían para regular el caudal o decantar los sólidos, normalmente arena, que las aguas pudieran arrastrar.

Cuando se debía salvar un camino, a un nivel un poco más bajo que el del acueducto, se usaban sifones, en los que el agua pasaba bajo el obstáculo y volvía a subir al nivel anterior. A menudo debían salvar desniveles más grandes y en ellos adoptaban la forma de arquería o puente, puesto que hacer conducciones en sifón capaces de resistir altas presiones era más caro. Como los puentes son la parte más visible de la obra, ha quedado la costumbre de llamar «acueducto» a la propia arquería.

En muchas ocasiones, estos acueductos romanos continuaron en uso durante la Edad Media e incluso en tiempos modernos, gracias a arreglos y restauraciones. Y, por supuesto, se continuaron haciendo nuevos.

Las soluciones aplicadas a los acueductos romanos se siguieron usando sin modificaciones sustanciales hasta el siglo XIX. En el siglo XX, los progresos en la producción de cementos, el armado del hormigón con acero, los nuevos materiales y técnicas en la construcción de conductos y la posibilidad de construir potentes estaciones de bombeo revolucionaron las conducciones de agua y simplificaron su adaptación al terreno.

Los romanos construyeron los acueductos más importantes en tamaño, así como en mayor cantidad, en todos sus territorios.

Un acueducto arranca en un sistema de captación de agua. El agua pasa de forma controlada a la conducción desde un depósito de cabecera.

La construcción de un acueducto exige el estudio minucioso del terreno que permitirá escoger el trazado más económico para permitir una pendiente suave y sostenida sin alargar demasiado el recorrido de la obra.

Se usan canales sin presión circulando en lámina libre siempre que es posible y únicamente en ocasiones contadas se recurre a la conducción bajo presión.

En todo caso, siempre que el agua se destina al consumo humano, el canal está cubierto por bóvedas, falsas bóvedas, placas de piedra o tégulas.

El canal se acomoda al terreno por distintos procedimientos. Siempre que es posible, transcurre sobre el suelo apoyado en un muro en el que se practican alcantarillas para facilitar el tránsito normal de las aguas de superficie. Si el terreno se eleva, el canal queda soterrado y forma una galería subterránea excavada directamente en la roca o construida dentro de una zanja. Cuando se ha de vencer una fuerte depresión, se recurre a la construcción de complicados sistemas de arquerías que sostienen el canal y lo mantienen al nivel adecuado.

Si se interpone en el trazado de la conducción un monte que no es posible rodear, se recurre a la construcción de un túnel que lo perfora. Solamente se usa este procedimiento si es inevitable. Los túneles plantean grandes problemas técnicos. Normalmente se comienzan por ambos extremos, lo que exige una gran precisión en las labores para que los dos ramales se encuentren en el punto previsto. La estrechez de las zonas de corte exige que en cada tajo trabajen sólo uno o dos hombres, por lo que la obra progresa con gran lentitud.

Las conducciones subterráneas por canal suelen estar comunicadas con la superficie por medio de pozos dispuestos a intervalos regulares. Por ellos se puede acceder al acueducto para su limpieza y mantenimiento. En el caso de los túneles servían también para extraer escombros e introducir materiales durante la construcción, así como para asegurar el correcto trazado y profundidad de la excavación.

Los canales, salvo que estuvieran directamente excavados en roca impermeable, se revestían con un mortero impermeable compuesto de cal y pequeños fragmentos de cerámica triturada, opus signinum. Los ángulos interiores se protegían con una moldura convexa (media caña) del mismo material.

Aunque los técnicos romanos usaban también conducciones bajo presión por tubos de plomo fistulae o de cerámica tubuli fictiles, sólo lo hacían rara vez, ya que la deficiente tecnología de la que disponían para la construcción de tubos los hacía costosos y poco seguros. Los de cerámica eran baratos y fáciles de fabricar a pie de obra, pero eran demasiado frágiles. Los de plomo, aparte del coste del material, exigían un transporte muy laborioso, dado su peso.

Existían también rudimentarias tuberías de piedra, formadas por grandes sillares horadados que se ensamblaban entre sí gracias a un machihembrado que se sellaba con mortero de cal. Este procedimiento se usaba para transportar el agua por parajes llanos en los que era imposible mantener una pendiente adecuada para la conducción por canal libre. En ocasiones parecen haberse empleado asimismo tubos y canales de madera.

Se utilizaban sifones para superar depresiones no muy pronunciadas, difíciles de salvar por otros sistemas. El agua conducida por el canal del acueducto se recogía en un depósito de cabecera del que salía bajo presión a través de los tubos del ramal descendente, que buscaba el fondo de la depresión. Tras ella se iniciaba el ramal ascendente que, una vez superada la depresión, vertía las aguas en un depósito de salida, del que el agua volvía a salir por un canal en lámina libre. Los ángulos que formaban los tubos eran lastrados con gruesas piedras para evitar roturas en las juntas a causa de la presión que las aguas ejercían sobre ellas. Cuando el desnivel a salvar era importante, la presión del agua podía reventar la tubería, por lo que era más económico salvar el barranco mediante una arquería.

En algunos casos se aprovechaba la obra de arquería de un acueducto para construir también un puente carretero, como en el caso del Pont du Gard de ahí que se conozca con el nombre de puente, pont.

En distintos puntos de las conducciones se intercalaban dispositivos cuya finalidad era remansar la corriente del agua para permitir que los arrastres sólidos se decantaran, cajas de agua o arcas de agua. Todos tienen en común estar constituidos por receptáculos intermedios con el fondo a un nivel inferior que el de los canales de entrada y salida del agua. Los arrastres se precipitan y caen al fondo, de donde se podían extraer periódicamente. El tipo más simple es un simple pocillo practicado en el fondo del canal. Los ejemplares de mayor envergadura son pequeños depósitos de obra piscinae limariae revestidos de opus signinum.

Cuando la conducción llega a las murallas de la ciudad, su caudal se recoge en una cisterna terminal, que sirve para regular el suministro. Desde ella se suministra el agua a los ciudadanos por un sistema de distribución.

Según Frontino los romanos se conformaron durante mucho tiempo con el agua que extraían del Tíber, los pozos y los manantiales. Las cosas fueron así durante los primeros 441 años desde la fundación de la ciudad. Su primer acueducto fue subterráneo, el Aqua Apia, que se extendía unos 16 km, construido por iniciativa del censor Apio Claudio Craso en el año 312 a. C. Más tarde, construyeron el primero que llevaba agua sobre la superficie, el Aqua Marcia, en Roma, que recorría unos 90 km 144 a. C. En época de Frontino, que escribe su tratado sobre los acueductos de Roma en el 97 o muy poco después, la conducción es subterránea en la mayor parte de su trazado, pero tiene a su llegada a las proximidades de la ciudad un breve tramo que discurre en superficie sobre muro y arquerías.

La conducción del Anión Viejo, construida en el 273 a. C., aunque transita en superficie durante un trecho no muy largo, carece de arquerías, según la descripción de Frontino. Todas las demás conducciones de Roma poseen tramos importantes de arquerías, que, en general, son tanto más largos cuanto más modernos son. El acueducto que alimentaba Cartago, en el actual Túnez, del siglo II, recorría una distancia de 132 km desde Zaguán, de los cuales 17 km eran en arquería.

Es, pues, un hecho que los más antiguos acueductos de la urbe tienden a preferir la conducción subterránea siempre que es posible. Se sabe también por Frontino que en ocasiones, con el paso del tiempo, se fueron sustituyendo en algunas de las conducciones los rodeos que exigía el trazado subterráneo por trazados más cortos sobre arquerías. La preferencia por los trazados subterráneos en los acueductos más antiguos obedece, más que a limitaciones técnicas, al interés por proteger las conducciones de sabotajes en periodos de guerra o a la vieja experiencia romana en la construcción de drenajes y cloacas.

Pero no es menos cierto que en los dos acueductos mencionados se suman los principales sistemas de conducción usados en todas las épocas: conducción subterránea, en túnel, sobre muro y sobre arquería. Por si esto fuera poco, el trazado del acueducto del Anión Viejo incluye un sifón, lo que completa bastante el repertorio de soluciones técnicas.

Vitrubio, que escribe sus De architectura libri decem probablemente poco antes del 27 a. C., menciona ya todos los sistemas de conducción citados en este artículo, con excepción de las tuberías de piedra, que no aparecen en ningún tratado, y los tubos y canales de madera, que deben de ser de uso muy tardío. De hecho Faventino, que sigue prácticamente a Vitrubio en todo, es el único teórico que los menciona, con lo que se aparta de su fuente. Y téngase en cuenta que muy probablemente escribió su obra a fines del siglo IV.

Por tanto, hay que pensar que todos los recursos técnicos de que dispusieron los romanos para conducir el agua estuvieron al alcance de su mano desde los primeros momentos.

Los acueductos que se construyeron a partir del siglo XIX, distaron mucho de las hermosas obras romanas, muchas de las cuales aún hoy están en funcionamiento, como las que abastecen de agua a las fuentes de Roma.

Los acueductos modernos se construyen generalmente bajo tierra, como extensas redes de conductos de hierro, acero o cemento. El acueducto Delaware, que transporta agua desde los Montes Catskill hasta Nueva York tiene una longitud de 137 km y es el acueducto de transporte continuo, para abastecimiento de poblaciones, más largo del mundo aunque solamente es 5 kilómetros más largo que el romano que alimentaba Cartago.

SUBASTA



Una SUBASTA o remate es una venta organizada de un producto basado en la competencia directa, y generalmente pública, es decir, a aquel comprador postor que pague la mayor cantidad de dinero o de bienes a cambio del producto. El bien subastado se adjudica al postor que más dinero haya ofrecido por él, aunque si la subasta es en sobre cerrado, el bien se adjudica a la mejor oferta sin posibilidad de mejorarla una vez conocida.

Tradicionalmente en la teoría se reconocen dos grandes tipos: la subasta en sobre cerrado que pueden ser de primer precio o de segundo precio y la subasta dinámica, que puede ser subasta ascendente inglesa, descendente holandesa, o de "todos pagan" subasta americana. También existen subastas inversas o de compra, en la cual el comprador es quien convoca a posibles vendedores o proveedores Vg. compras gubernamentales. Una nueva categoría de subastas es la de reformas y proyectos donde un subastador adjudica su proyecto al mejor pujador.

La palabra subasta tiene raíces históricas lejanas y viene originalmente del latín sub asta, bajo lanza, debido a que el reparto de tierras conquistadas entre los soldados participantes se señalaba hincando una lanza en la parcela ocupada en suerte. Asimismo la venta del botín de la guerra se anunciaba con una lanza y la venta se realizaba ante la misma.

Uno de los ejemplos históricos más famosos era el de la subasta de la esposa durante el imperio babilónico la cual se llevaba a cabo anualmente. La operación comenzaba con la subasta de la mujer más bella y luego se procedía una a una con las demás. Era de hecho un acto ilegal "obtener" una esposa fuera de dicho proceso de compra.

Igualmente famosas eran las subastas de esclavos durante el imperio romano los cuales eran capturados en campañas militares para luego ser subastados en el foro. Los fondos recaudados en dichas subastas servían a su vez para financiar los esfuerzos bélicos del imperio.

A pesar de que transacciones como las anteriormente descritas habían tenido auge en sus respectivas sociedades, el sistema de venta basado en subastas había sido relativamente raro hasta el siglo XVII. Posiblemente la más antigua casa de subastas al mundo, la Estocolmo Auction House Estocolmo Auktionsverk, se estableció en 1674 en Suecia.

A finales del siglo XVIII, poco después de la Revolución Francesa, las subastas llegaron a celebrarse en las tabernas para vender artículos de arte. Dichas subastas se celebraban diariamente y los catálogos eran imprimidos para anunciar elementos disponibles que generalmente eran artículos de colección raros. En algunos casos estos catálogos terminaron por convertirse en obras de arte que contenían infinidad de detalles sobre los artículos en subasta. Las dos casas de subasta más importantes, Sotheby's e Chriestie's, llevaron a cabo su primera subasta oficial en 1744 y 1766 respectivamente.

En el caso de las subasta dinámicas, el que dirige y adjudica públicamente al ganador de la mejor puja oferta, se denomina subastador o martillero, en referencia al uso de un martillo madera que golpea sobre un mesón para indicar la finalización de la subasta.

domingo, 28 de diciembre de 2014

INTIFADA




INTIFADA es el nombre popular de dos rebeliones de los palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza contra Israel. Los objetivos de estos levantamientos están sujetos a debate: mientras unos sectores señalan que tienen como objetivo combatir la ocupación de los Territorios Palestinos ocupados por Israel, otros sectores opinan que el objetivo de fondo sigue siendo la destrucción de Israel y con ello su fe dada la pugna Judeo-Islámica. Estos alzamientos están entre los aspectos que más han influido el desarrollo del conflicto árabe-israelí en las últimas décadas.

Ambas intifadas empezaron como campañas de resistencia de los palestinos, seguidos de represalias israelíes, generándose así un ciclo de violencia inercial de difícil solución.

La Primera Intifada empezó en 1987 con la famosa "Guerra de las piedras". Las imágenes televisadas mostraban batallas callejeras entre palestinos y miembros de las Fuerzas de Defensa de Israel, en la que los palestinos atacaron con piedras y otros objetos al ejército de Israel, y este respondió con balas, de ahí el nombre de "Guerra de las piedras" o "Piedras contra balas"; la violencia decayó en 1991 y tocó a un fin más completo aunque no decayó totalmente con la firma de los Acuerdos de Oslo 13 de septiembre de 1993 y la creación de la Autoridad Nacional Palestina.

Desde el 9 de diciembre de 1987 hasta la fecha de la firma de los citados Acuerdos, 1.162 palestinos y 160 israelíes murieron a causa de los enfrentamientos de la Primera Intifada.

La segunda intifada, que se ha dado en llamar Intifada de al-Aqsa, empezó en septiembre de 2000 y fue terminada oficialmente el 24 de febrero de 2005.

martes, 23 de diciembre de 2014

BATALLA DEL ÁLAMO



La BATALLA DE EL ÁLAMO 23 de febrero  6 de marzo de1836 fue un conflicto militar crucial en la Revolución de Texas que consistió en un asedio de 13 días de duración, desde su inicio el 23 de febrero hasta el asalto final del 6 de marzo de 1836, y enfrentó al ejército de México, encabezado por el presidente Antonio López de Santa Anna, contra una milicia de secesionistas texanos, en su mayoría colonos estadounidenses naturalizados mexicanos, en San Antonio de Béjar, en la entonces provincia mexicana de Coahuila y Texas hoy estado de Texas, Estados Unidos. Todos los beligerantes en favor de la República de Texas murieron, a excepción de dos personas, lo cual inspiró a muchos colonos texanos —y aventureros estadounidenses— a unirse al ejército de Texas; animados por el deseo de venganza, a partir de la crueldad mostrada por Santa Anna durante el asedio, los texanos derrotaron el ejército mexicano en la batalla de San Jacinto, el 21 de abril de 1836, poniendo fin al movimiento revolucionario.

Varios meses antes, los texanos habían llevado a todas las tropas federales fuera de la Coahuila y Texas; aproximadamente 100 texanos se guarnecían entonces en El Álamo. La fuerza texana creció ligeramente con la llegada de refuerzos dirigidos eventualmente por los co-comandantes James Bowie y William Barret Travis. El 23 de febrero aproximadamente 1 500 soldados mexicanos marcharon en San Antonio de Béjar, sitio donde se asienta actualmente San Antonio, como el primer paso en una campaña para retomar Texas. Durante los siguientes 12 días, los dos ejércitos participaron en varias escaramuzas con bajas mínimas. Consciente de que su guarnición no podía resistir el ataque de una fuerza tan grande, Travis escribió varias cartas pidiendo más hombres y suministros, pero solamente llegaron menos de 100 refuerzos.

En la madrugada del 6 de marzo, el ejército mexicano avanzó hacia El Álamo; tras rechazar dos ataques, los texanos fueron incapaces de defenderse de un tercero. Debido a que los soldados mexicanos treparon por los muros, la mayoría de los soldados texanos huyeron hacia los edificios interiores. Los defensores que no pudieron llegar a estos puntos fueron asesinados por la caballería mexicana en su intento por escapar. Es probable que un pequeño grupo de texanos, entre cinco y siete de ellos se hubiesen rendido; aun así, estos fueron ejecutados al instante. La mayoría de los relatos provenientes de testigos oculares informaron de entre 182 y 257 texanos muertos, mientras que la mayoría de los historiadores de El Álamo están de acuerdo en que hubo entre 400 y 600 soldados mexicanos heridos o muertos en combate. Al final, varios individuos no combatientes fueron enviados a Gonzales para que corrieran la voz de la derrota texana. La noticia desató el pánico y las fuerzas texanas —en su mayoría colonos— de la nueva República de Texas huyeron del avance del ejército mexicano.

En México, la batalla ha sido a menudo eclipsada por los acontecimientos de la guerra contra Estados Unidos de 1846 a 1848. En el siglo XIX, en Texas, el complejo de El Álamo gradualmente se fue conociendo como el lugar de la batalla. La Legislatura de Texas compró los terrenos y edificios en la primera parte del siglo XX y designó a la capilla de El Álamo como Santuario del Estado de Texas. El Álamo actualmente es el sitio turístico más popular de Texas. Asimismo, ha sido objeto de numerosas obras no ficticias a partir de 1843. La mayoría de los estadounidenses, sin embargo, están más familiarizados con los mitos difundidos por muchas de las películas y adaptaciones de televisión, entre las cuales se incluyen la miniserie de televisión de Disney, Davy Crockett, en la década de 1950 y la película de El Álamo de John Wayne, estrenada en 1960.

Bajo el mandato del presidente Antonio López de Santa Anna, el gobierno mexicano comenzó a apartarse de un modelo federalista. La política nacional se acercaba cada vez más a una dictadura, lo cual era evidente en hechos como la revocación de la Constitución de 1824, a principios de 1835, que a últimas instancias incitó a la revuelta de muchos federalistas, dando lugar a un clima de violencia que se resentiría en varios estados mexicanos, incluyendo la región fronteriza de la Texas mexicana. Texas se hallaba en ese entonces poblada, en gran parte, por inmigrantes de los Estados Unidos que estaban acostumbrados a un gobierno federalista y a amplios derechos individuales, por lo que hacían sentir su descontento por el desplazamiento de México hacia el centralismo. Por otra parte, también en una situación de descontento por los intentos anteriores de comprar Texas por parte de Estados Unidos, las autoridades mexicanas culparon a gran parte de la población texana que era originaria de los Estados Unidos, cuya mayoría había hecho pocos esfuerzos para adaptarse a la cultura mexicana.

En octubre de 1835, las tropas mexicanas y texanas se enfrentaron en la primera batalla oficial de la Revolución de Texas. Decidido a detener la rebelión, Santa Anna comenzó a armar un ejército para reprimirla, denominado el «Ejército de Operaciones en Texas», con el cual restablecer el orden en el territorio texano. La mayoría de sus soldados eran reclutas, y un gran número había sido reclutado contra su voluntad.

Los texanos derrotaron sistemáticamente a las tropas mexicanas que ya se encontraban en Texas. El último grupo de soldados mexicanos en la región, al mando del cuñado de Santa Anna, el general Martín Perfecto de Cos, se rindió el 9 de diciembre tras el asedio de Béjar. En este punto, en el ejército texano dominaban los recién llegados a la región, principalmente inmigrantes de los Estados Unidos. Muchos colonos de Texas, aún no preparados para una larga campaña, volvieron a casa. Enfurecido por lo que consideró una injerencia norteamericana en los asuntos de México, Santa Anna dirigió una resolución que calificaba como «piratas» a los extranjeros que se encontraban luchando en Texas. En esta misma resolución se prohibía además la captura de prisioneros de guerra: los llamados piratas que fuesen capturados, serían ejecutados inmediatamente. Santa Anna reiteró este mensaje en una enérgica carta al entonces presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson; ésta carta no se difundió ampliamente, y es poco probable que la mayoría de los reclutas estadounidenses que servían en el ejército texano tuvieran conocimiento de que no habría prisioneros de guerra. Para finales de ese año, las fuerzas texanas habían expulsado prácticamente a todos los soldados mexicanos que se hallaban en esa región; con el objetivo de recuperar Texas, en la ciudad de México Santa Anna comenzó a reunir un ejército.

Cuando las tropas mexicanas salieron de San Antonio de Béjar actual San Antonio, los soldados texanos establecieron una guarnición en la Misión de El Álamo, una antigua misión religiosa española que se había convertido en una fortaleza improvisada. Descrito por Santa Anna como «una fortificación irregular, apenas digna de ese nombre», El Álamo había sido diseñado para resistir un ataque de las tribus nativas, pero no el de un ejército con artillería equipada. El complejo se extendía a través de 3 acres 1,2 hectáreas, con casi 400 metros en el perímetro de la defensa. Tenía una plaza interior bordeada al este por la capilla y al sur por un edificio de una planta conocida como el «Cuartel de Baja», y una empalizada de madera se extendía entre estos dos edificios. Los dos pisos del «Cuartel Largo» se extendían al norte de la capilla, mientras que en la esquina norte de la pared del este existían un recinto de ganados y un corral para caballos. Las murallas que rodeaban el complejo eran de al menos 84 centímetros de espesor, con un rango de entre 2,7 y 3,7 metros de altura.

Para compensar la falta de puertos de fusilamiento, el ingeniero texano Green B. Jameson construyó pasadizos a fin de permitir a los defensores disparar desde las paredes; sin embargo, este método dejaba a los tiradores con la parte superior del cuerpo al descubierto y desprotegida. Las fuerzas mexicanas habían dejado atrás 19 cañones, incluyendo uno de 18 libras, que Jameson instaló a lo largo de las paredes; éste último alardeó al comandante de las fuerzas texanas, Sam Houston, que los texanos podrían «azotar a 10 invasores por cada soldado con su artillería».

La guarnición texana estaba insuficientemente dotada y con pocas provisiones, y contaba con menos de 100 soldados para el 6 de enero de 1836. Debido a esto, el coronel James C. Neill, comandante interino de El Álamo, escribió al gobierno provisional que «si alguna vez hubo un dólar aquí, no tengo conocimiento de ello». Neill pidió tropas y suministros, haciendo hincapié en que era probable que la guarnición no pudiera resistir un asedio más largo de cuatro días. El gobierno texano se encontraba en una agitación política en esos instantes, así que no pudo proporcionar mucha ayuda. Cuatro hombres diferentes afirmaron que se les había dado el mando sobre el ejército entero; el 14 de enero, Neill se acercó a uno de ellos, Sam Houston, para prestar asistencia en la recolección de suministros, ropa y municiones.

Houston no contaba con la cantidad de hombres necesarios para montar una defensa exitosa. En su lugar, envió al coronel James Bowie, acompañado de 30 hombres, para eliminar la artillería de El Álamo y destruir el complejo. Sin embargo, Bowie no pudo transportar la artillería desde El Álamo ya que la guarnición carecía de los animales de tiro necesarios para tal operación. Poco después, Neill lo persuadió de que dicha ubicación guardaba una importancia estratégica notable. En una carta enviada al gobernador Henry Smith, Bowie argumentó que «la salvación de Texas depende en gran medida de mantener a Béjar fuera de las manos del enemigo. Este lugar sirve como la guardia de frontera militar, y si estuviera en posesión de Santa Anna, no hay fortaleza que pueda repeler su marcha hacia Sabine». El documento terminaba con lo siguiente: «El coronel Neill y yo hemos llegado a la resolución solemne de que preferimos morir en estas zanjas en vez de dárselas al enemigo». Además, Bowie escribió al gobierno provisional, solicitándole «hombres, dinero, rifles y pólvora para cañón». No obstante, únicamente unos cuantos refuerzos fueron autorizados; el oficial de caballería William Barret Travis llegó a Béjar con 30 hombres el 3 de febrero de ese año. Cinco días después, arribó un pequeño grupo de voluntarios, entre los cuales se encontraba Davy Crockett.

El 11 de febrero, Neill dejó El Álamo, posiblemente para reclutar más refuerzos y reunir una mayor cantidad de suministros. Antes de partir, transfirió el comando a Travis, el oficial de ejército de más alto rango en la guarnición. Los voluntarios, que representaban una gran mayoría en la guarnición, no querían a Travis como su nuevo líder. En cambio, eligieron a Bowie —que tenía reputación como un combatiente fuerte— como su comandante. Bowie era célebre por haber causado estragos en Béjar una ocasión en que se había embriagado, así que para mitigar el malestar provocado por tal acontecimiento, decidió compartir el mando militar con Travis.

Mientras los texanos se esforzaban en hallar hombres y suplementos, Santa Anna continuaba reclutando gente por el procedimiento de leva en San Luis Potosí; para finales de 1835, su ejército contaba con 6019 soldados. En vez de avanzar a lo largo de la costa, donde podrían transportarse suplementos y refuerzos con facilidad por medio del océano, Santa Anna ordenó a sus hombres que marcharan hacia Béjar, el centro político de Texas y sitio de la derrota del general Cos. Las tropas mexicanas comenzaron a marchar rumbo al norte a finales de diciembre de 1835. Aprovechando el largo trayecto, los oficiales entrenaron a los hombres en pleno viaje; muchos de los nuevos reclutas no sabían siquiera cómo usar la mira de sus armas, mientras que otros tantos se oponían a disparar desde el hombro debido a los fuertes culatazos dados por las armas.

El progreso fue lento; no había suficientes mulas para transportar todos los suplementos, y muchos de los cocheros, todos ellos civiles, dimitieron una vez que sus pagos fueron retrasados. Por otra parte, la gran cantidad de soldaderas —mujeres y niños que seguían al ejército— consumía los ya de por si escasos recursos con los que se contaban. Por lo tanto, se tuvieron que reducir las raciones de alimentos a los soldados. Finalmente, el 16 de febrero cruzaron el río Bravo. En esa época, la temperatura en Texas alcanzó niveles muy bajos; se tiene noción de que, en ese mes, cayeron aproximadamente de 15–16 pulg (38–41 cm) de nieve.

Aunado a la hipotermia, la disentería y las tropas de asalto comanches fueron los factores restantes que terminarían afectando a los soldados mexicanos una vez comenzada su travesía por Texas. La noche siguiente, el ejército mexicano acampó en el río Nueces, ubicado a 119 millas 192 km de Béjar. Previamente, los texanos habían incendiado el puente que cruzaba sobre Nueces, obligando a los mexicanos a construir una estructura improvisada con ramas y lodo bajo la lluvia. El retraso fue breve, y el 19 de febrero, el ejército acampó en las orillas del río Frío, a 68 millas 109 km de Béjar. Al día siguiente, las tropas arribaron a la ciudad de Hondo, Texas, a menos de 50 millas 80 km de su destino final.

Mientras tanto, el 16 de febrero, el colono Ambrosio Rodríguez advirtió a Travis, con quien tenía una amistad estrecha, que sus familiares radicados más al sur de Béjar le habían alertado de que Santa Anna se dirigía a ese lugar. Ese mismo día, el escucha de Juan Seguín —capitán del ejército texano al servicio de Travis—, Blas Herrera, informó que las tropas mexicanas habían cruzado el río Bravo. Para entonces, ya circulaban varios rumores en torno a la inminente llegada de Santa Anna, sin embargo Travis optaba por ignorarlos. Al filo de la noche, se instaló un consejo de guerra en El Álamo para discutir sobre dichos rumores. Travis estaba convencido de que el ejército mexicano no llegaría a Béjar hasta marzo del año próximo, pensando que aguardarían a la llegada de la temporada primaveral, cuando el clima no les resultara tan desfavorable. Además, éste asumía que Santa Anna no había empezado aún a reunir tropas para una posible invasión de Texas hasta que se hubiese enterado de la derrota de Cos. Sin embargo, ignoraban que, en realidad, Santa Anna había comenzado la planeación de dicha invasión meses antes del asedio de Béjar. A pesar de la incredulidad texana, la tarde del 20 de febrero muchos habitantes de Béjar empezaron a empacar sus pertenencias para evacuar el lugar. Al día siguiente, renunciaron quince de los voluntarios texanos en El Álamo. Seguin le aconsejó a Travis que liberara a los hombres para que éstos pudieran ayudar a la evacuación de sus familias, que se hallaban en el mismo camino que Santa Anna tomaría para llegar a Béjar.

Dos días después, el 21 de febrero, Santa Anna y sus tropas llegaron a las orillas del río Medina, ubicado a 25 millas 40 km de Béjar. Ahí, se hallaban estacionados dragones al mando del general Joaquín Ramírez y Sesma, que habían llegado la tarde anterior. No habiéndose percatado de la proximidad del ejército mexicano, la mayoría de la guarnición de El Álamo, excepto diez personas, se unió a los habitantes de Béjar en una fiesta. Tras enterarse de dicha celebración, Santa Anna le ordenó a Ramírez y Sesma que incautara inmediatamente la fortaleza desprotegida mientras se llevaba a cabo la fiesta, sin embargo la redada tuvo que esperar debido a las lluvias repentinas que habían estado cayendo en esos días, haciendo que el río Medina fuera invadeable. La siguiente noche, las tropas mexicanas acamparon en el arroyo León, a 8 millas (13 km) al poniente de Béjar.

lunes, 22 de diciembre de 2014

FLAVIO JOSEFO



FLAVIO JOSEFO, Historiador judío. Miembro del partido de los fariseos, descendía de una antigua familia de sacerdotes. En el año 64 se vio implicado en Roma en el proceso contra los judíos deportados por orden del procurador Félix. Salió con bien del proceso gracias al apoyo de Popea, esposa de Nerón. Al iniciarse la guerra contra Roma organizó la administración y la defensa de Galilea, pero tuvo que capitular en el 67 y fue conducido ante Vespasiano, quien le concedió el perdón al predecirle Josefo que se convertiría en emperador de Roma. Cumplida la profecía, Josefo pasó a ser Flavio Josefo y se instaló en Roma, donde gozó del beneficio de una pensión imperial. Escribió en lengua griega La guerra de los judíos, Antigüedades judaicas y Contra Apión, tratado contra el antisemitismo grecorromano.

Nacido en el seno de una distinguida familia, su padre pertenecía a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén; su madre pretendía descender de la casa real de los Asmoneos. Recibió la acostumbrada instrucción que las familias sacerdotales daban a sus hijos, hasta el punto de poder afirmarse que poseía una vasta cultura en todo el saber hebraico en su triple expresión farisea, saducea y esenia. Pasó, al parecer, algún tiempo en el desierto con los esenios, volviendo, sin embargo, a seguir la regla de los fariseos y a ejercer las funciones sacerdotales después de regresar a Jerusalén. A los veintiséis años marchó a Roma para obtener la liberación de algunos sacerdotes que habían sido enviados allí prisioneros por el gobernador romano Félix, liberación que obtuvo mediante la protección de Popea, esposa del emperador Nerón.

Vuelto a Jerusalén en el año 65, encontró el país en plena revuelta. La impresión general era que la guerra contra Roma se había hecho inevitable. El Sanedrín se había transformado en un Consejo de guerra y había dividido el país en siete distritos militares, uno de los cuales, el de Galilea, fue puesto bajo el gobierno de Josefo. Constituye un misterio el hecho de que fuera elevado a tan alto cargo; su falta de condiciones militares y su admiración por Roma deberían de haberlo hecho poco apto para tan delicada misión a los ojos del Sanedrín.

Ante el avance sangriento del ejército del general Tito Flavio Vespasiano, Josefo pareció convencerse de que la partida estaba perdida y se preparó para rendir las armas ante la abrumadora potencia mundial de Roma. Retirado a la fortaleza de Jotapata, se vio obligado por sus compañeros a resistir hasta el último extremo y a jurar que se daría muerte antes de caer en manos de los enemigos. Fue uno de los únicos supervivientes del verano del 67, y se rindió a Vespasiano prediciéndole su subida al trono imperial "sobre la tierra, sobre el mar y sobre toda la humanidad". Obtuvo con ello la gracia del general Vespasiano, que lo llevó a Roma como esclavo de guerra y en el 69, cuando fue nombrado emperador, lo liberó.

Flavio Josefo se unió al séquito del hijo del emperador y presenció la conquista de Jerusalén y la destrucción de la Ciudad Santa y su templo. Regresó a Roma, formó parte del desfile triunfal, y en reconocimiento a sus servicios le fue concedida la ciudadanía romana, una renta anual y tierras en Judea. Manteniendo su posición de privilegio en Roma, no se dio por aludido frente a las acusaciones de traidor que le hicieron sus compatriotas judíos, y se dedicó hasta su muerte al trabajo literario.

Sus libros más conocidos son los siete tomos de La guerra de los judíos, inicialmente escritos en arameo, y los veinte de Antigüedades judaicas, compuestos en lengua griega, donde pese a su colaboracionismo con los romanos intentó erigirse en historiador del pueblo judío relatando la historia de los hebreos desde sus orígenes, con muchos afeites literarios y mucha retórica, y dejando traslucir cierta veneración por el pueblo hebreo.


La guerra de los judíos relata las campañas de Vespasiano y Tito contra los judíos, que finalizaron con la destrucción de Jerusalén 71 d. de C. Los siete libros que la componen están llenos de elogios al conquistador y de acusaciones contra los judíos fanáticos e irresponsables, que habían provocado la catástrofe nacional. El primer libro y parte del segundo, de manera algo desigual y tomando de varias fuentes, resumen la historia judía desde los Macabeos hasta que estalló aquella guerra. El relato de la guerra está fundado en el conocimiento directo del autor, desde el alto cargo que había desempeñado en la misma. Ya por incapacidad, ya por indecisión, Josefo se había enajenado el ánimo de sus hombres y no había podido oponerse seriamente a Vespasiano, quien le tuvo asediado en Jotapata. Tras rendirse fue conducido ante Vespasiano, y, tomando una actitud de profeta, predijo al general romano su próxima proclamación como emperador; ello le valió un trato más blando y, cuando la profecía se realizó, la liberación.

Todo esto es narrado con minuciosidad por Josefo, en cuyo relato predomina el intento de defender a los judíos; quiere demostrar que la guerra fue provocada sólo por unos cuantos fanáticos, mientras el pueblo y las personas principales estaban todos por la paz. Así, mientras hacía un buen servicio a los romanos y a su país, se lo hacía a sí mismo; al encomio de los Flavios y a la defensa propia acompaña una acerba crítica de sus propios enemigos el primero, entre éstos, Juan de Giscala, los cuales lo habían declarado traidor.

A pesar de esta tendenciosidad, la obra tiene mucho valor porque Josefo se valió, al escribirla entre el 75 y el 79, de las noticias que él mismo había recogido ya durante la guerra en el campo romano, y de los documentos oficiales; por esto su información es excelente. La participación del escritor en los hechos, así como el elemento autobiográfico, dan además a la narración gran vivacidad y prontitud, al paso que no le faltan los procedimientos que la técnica historiográfica ofrecía para embellecer el relato discursos, digresiones, descripciones, etc.

La guerra de los judíos agradó tanto a Tito que él mismo ordenó su publicación. El favor que todos habían demostrado por aquel libro, especialmente Vespasiano y Tito, animó a Josefo, convertido ya en escritor admirado y celebrado en Roma, a proseguir en la misión de dar a conocer a los romanos y a los griegos la historia de su pueblo. Decidido a erigirse en el historiador de su patria, comenzó las Antigüedades judaicas, obra en veinte libros que contiene la historia del pueblo judío desde la creación del mundo hasta el reinado de Nerón.


El título y el número de los libros habían de recordar la Arqueología romana de Dionisio de Halicarnaso. Los 10 primeros libros exponen la historia hebraica más antigua hasta Ester bajo la guía de la Sagrada Escritura según parece, en la traducción de los Setenta. Los libros siguientes contienen las vicisitudes posteriores en relación con la historia de los demás pueblos. Las fuentes de Josefo, en cuanto a esta parte, nos son desconocidas; parece ser que bebió en una obra literaria anterior. Son especialmente interesantes los documentos que a menudo reproduce, aunque no directamente sino tomándolos de otras obras. Se señala de modo particular el pasaje del libro XVIII 3, 3, 63, en el que Flavio Josefo refiere las más antiguas noticias acerca de Jesús que han llegado hasta nosotros. Este pasaje se halla en todos los manuscritos, y ya era conocido en el siglo IV. Con todo, sus particularidades estilísticas y la fe cristiana, que claramente lo inspira, hacen que se considere una interpolación, aunque muy antigua.

El orgullo de Josefo consiste en haber dado a conocer a griegos y romanos la historia de su pueblo, entonces universalmente despreciado, pero poco a poco conocido. El sentimiento patriótico induce a veces a Flavio Josefo a callar o atenuar lo que menos honraba a los hebreos y a explicar los disturbios que continuamente provocaban como obra de una minoría de fanáticos. En cuanto a la religión, subraya su excelencia transportando al Dios de los hebreos los caracteres de la divinidad de los estoicos. Otra tendencia que ofusca el crédito que podría merecer es la de agradar a los romanos, y particularmente a sus protectores, los Flavios.

El estilo, que era bastante bueno en la Guerra de los judíos escrita originariamente en arameo y después traducida al griego, es duro y descuidado en las Antigüedades, tal vez porque le faltó el pulimento de la forma. La técnica historiográfica es la de su época, como se podía esperar dada su imitación de Dionisio. De éste hallamos todo el bagaje formal, discursos directos, descripciones, episodios, sentencias, comparaciones, figuras retóricas; su aspiración científica se revela en la motivación psicológica de las acciones de sus personajes. Entre los antiguos esta obra obtuvo gran difusión, hasta el punto de que Josefo fue llamado el Livio griego. Actualmente es la única fuente para conocer los grandes rasgos de la historia judía, y resulta también muy útil para la historia romana.

Flavio Josefo escribió también una apología de los hebreos, Contra Apión, dos volúmenes donde defiende la identidad judía de los ataques de Apión, maestro de escuela alejandrino autor de un libelo antijudío. Josefo lo refuta celebrando la idea religiosa y moral de los hebreos contra las concepciones y costumbres del paganismo grecorromano. También se debe a Josefo, por último, una autobiografía en la que se defendió contra las acusaciones que le había dirigido Justo de Tiberíades por su conducta durante la guerra.